Jorge Lera
@jorgelerabox
Respuesta al artículo “El idiota” de Sergio Ramírez publicado por El País el 5 de junio.
Escribo estas líneas desde la tristeza por la muerte de Muhammad Ali, al que siempre he admirado como deportista y como ser humano. Con sus sombras y errores, por supuesto, como todos los héroes. Siempre dije que si me hubieran dado la oportunidad de pasar cinco minutos con cualquier personaje de la historia, le hubiera elegido a él. También las escribo desde la decepción con un periódico como El País, tradicionalmente opuesto al boxeo, como figura en sus principios editoriales, pero que en los últimos meses había publicado algunas informaciones relacionadas con el boxeo en sus páginas de cultura. Incluso he leído en este diario algunos artículos y hasta el obituario dedicado a Ali, escritos con respeto a pesar de algunas imprecisiones históricas. Pero, sobre todo, las escribo desde la indignación por la bajeza de un escritor, por muchos premios que le hayan otorgado.
El artículo “El idiota” de Sergio Ramírez, publicado en el diario El País el pasado 5 de junio con motivo de su fallecimiento, es una nauseabunda falta de respeto a una figura como Muhammad Ali, de reconocimiento universal, un luchador que hasta sus últimos días ha sido ejemplo de valentía y dignidad. En su descripción distorsionada del combate ante Frazier en Manila, ni me molesto en entrar. Pero tildar a un enfermo de párkinson de lerdo idiota me parece, además de una falta de rigor, una falta de humanidad solamente explicable desde algún tipo de rencor o una personalidad cargada de complejos en quien lo escribe. Una lamentable ofensa que se hace extensiva a todos los aquejados por tan terrible y cruel enfermedad.
Del Ali boxeador he admirado incluso más su valentía y su carácter que su inmenso talento. Como luchador por una causa, se esté o no de acuerdo con ella, su generosidad por renunciar a todo por defender sus ideas. A veces con el paso del tiempo podemos perder la perspectiva real de una decisión ¿Se imaginan a un deportista de la talla de Messi o Cristiano Ronaldo dispuesto a perder cuatro temporadas de su carrera, las de sus mejores años, con alto riesgo de no volver a jugar nunca más e incluso de ir a la cárcel, renunciando a sus millonarios contratos, a la Champions, al Balón de Oro, a sus contratos publicitarios? Pues eso es lo que hizo Ali. Por principios. Como para que venga ahora un señor a buscar notoriedad faltándole al respeto.
Pero si hay un aspecto en el que he admirado aún más a Muhammad Ali es en la manera orgullosa, digna y valiente de llevar tan temible enfermedad. Una enfermedad en la que los mejores doctores que han tratado y estudiado el caso de Ali coinciden en que no tiene que ver con su actividad como boxeador. Un síndrome que afectaba gravemente su capacidad de movimiento y su habla, no su raciocinio. Quien en su día fue el peso pesado más veloz de la historia tenía dificultades para moverse sin ayuda; al deportista más locuaz y sorprendente en sus rápidas respuestas, le costaba trabajo hacerse entender. Un desenlace duro y cruel. Pero el Ali enfermo dio paso de nuevo al Ali luchador
Cuando en la ceremonia de apertura de los juegos de Atlanta 96, aceptó ser el encargado de encender el pebetero olímpico ante los ojos de millones de espectadores, mostrándose ante el mundo enfermo, débil, tembloroso y vulnerable, pero orgulloso y digno, protagonizó uno de los ejemplos de amor, valentía y generosidad más grande que se recuerde en la historia del deporte. De nuevo eligió el compromiso frente a la comodidad. Una nueva declaración de intenciones y un nuevo ejemplo. Aunque después de leer el citado artículo, parece que alguno no supo o quiso entenderlo.
El mismo Muhammad Ali nos habló de su actitud frente a la enfermedad en su libro “The Soul of a Butterfly”, una maravillosa lectura imprescindible para entender a un personaje tan carismático y complejo. Me permito reproducir aquí algunas líneas:
“Hay miles de personas en el mundo, todos los días, a los que se les diagnostica el párkinson y otras enfermedades. Y sé que muchas de ellas me miran en busca de orientación. Cuentan conmigo para ser fuertes. Saber esto me proporciona parte de la fuerza que me hace falta para seguir adelante. Es una de las razones por las que sigo viajando y haciendo apariciones por todo el mundo. Viviendo mi vida públicamente espero demostrar a todos aquellos que padecen alguna enfermedad de cualquier tipo que no se tienen que esconder o que sentir avergonzados.
Cuando me diagnosticaron párkinson no sabía qué dirección iba a tomar mi vida. No me gustaba la idea de tener que depender de medicinas. Durante un tiempo me negaba a tomar los medicamentos. Incluso hubo un período en el que no quería hacer entrevistas en televisión, principalmente porque no quería que la gente sintiera pena por mí y tampoco quería decepcionar a mis admiradores. Mis temblores y mi voz atenuada se me hacían difíciles de aceptar al principio.
Pero después me empecé a dar cuenta de que mi forma de afrontar la enfermedad iba a tener un efecto en otras gentes que sufren el párkinson u otras enfermedades. Saber que ellos cuentan conmigo me da fuerza. Y una vez más me doy cuenta de que yo necesito a la gente tanto como la gente me necesita a mí. Ahora estoy en paz, como nunca antes y no siento pena de mí mismo, así que no quiero que nadie sienta pena por mí”
Muhammad Ali fue un joven negro al que un día le robaron su bicicleta, que se convirtió en el rostro más reconocible del planeta y cuya fotografía ha presidido millones de paredes en habitaciones y despachos de gentes de distintas generaciones alrededor del mundo, incluidas las de la oficina electoral del ahora presidente Barak Obama, quien siempre le tuvo como modelo, ejemplo y referencia. Un luchador que hasta su último aliento nos ha dado una lección de serenidad y generosidad.
De idiotas y lerdos, por desgracia, está el mundo lleno. Y la inmensa mayoría de ellos jamás se puso unos guantes de boxeo, que para eso hacen falta atributos muy especiales. Releo lo escrito por Ramírez, por si acaso, pero me reafirmo en mi primera impresión. A pesar de los muchos premios que le han dado como escritor y cuentista, lo de “El Idiota”, más que el título del artículo publicado por El País, debería haber sido la firma de quien lo escribe. Hubiera sido mucho más justo y acertado.