Antonio Salgado Pérez
ansalpe88@hotmail.com

Recientemente, en Santa Cruz de Tenerife, falleció a los 80 años y tras una larga dolencia nuestro entrañable amigo José Manuel Afonso Domínguez que otrora, y en su faceta médica, desempeñó cargos de responsabilidad en la Federación Tinerfeña de Boxeo y, de forma muy especial, en la Federación Nacional, en los mandatos de José María Sáinz Huertas y Eduardo Gallart.
Como simple y sincero homenaje al inolvidable amigo, y como pincelada a su personalidad, creemos oportuno transcribir las líneas que le dedicamos en la prensa tinerfeña en el lejano mes de abril de 1979 bajo el título “Carta abierta al doctor Alfonso Domínguez” que, textualmente, decía lo siguiente:

Carta abierta al doctor Afonso Domínguez
Amigo José Manuel:
Voy a aprovecharme de la amistad que siempre nos ha unido para decirte algunas cosas. Para decirte, aunque tu modestia pueda sonrojarte, que para mí fuiste el pasado viernes la gran figura, el auténtico héroe anónimo de aquella velada de subdesarrollo boxístico celebrada en el «Palais Royal». Sabes perfectamente que ya hace unos cuantos años que el pugilismo se sostiene en pie con la boca abierta. Nadie sabe si bosteza o se muere. Hasta ahora ha sido imposible dictaminarle tedio o agonía. A pesar de todo, a pesar de que el público ya no acude para pavonearse en primera fila ni para acudir al espectáculo de moda o, simplemente, porque esto del boxeo no le dice absolutamente nada, tú y tu fonendoscopio siguen estando ahí, al borde del ring, casi al pie de la escalerilla, oteando un horizonte con posibles aleteos de tragedia. Y el viernes nuestro boxeo estuvo a punto de sufrir cosas muy desagradables.

Lo sabes perfectamente aunque esgrimiendo esa habitual mesura de consulta de bata blanca no hayas escandalizado a los demás con diagnósticos que podrían desmadrarse, luciendo ese bellísimo juramento hipocrático.
No podría pasar por alto, jamás me perdonaría el marginar tu carismática actuación del pasado viernes sobre un ring de obsoleta iluminación y orlado de una afición tan escasa como entusiasta. Jamás podré olvidar aquel tercer asalto del match entre el grancanario Suso y el tinerfeño Atazar, cuando aquél, de impresionante crochet al mentón, quebró piernas, obnubiló mente y produjo un desplome de angustia para después originarse la cruel incertidumbre de un desenlace nada halagüeño, protagonizado por el valiente Atazar.
Pocos vieron el golpe que entró sin escalas en la zona mentoniana. Tuvimos la gran suerte de contar en aquellos momentos con la valiosísima colaboración del director de combate con membrete internacional, Wenceslao Montelongo, que inmediatamente solicitó tu cercana presencia, te allanó el terreno para que no se produjera la invasión de los desorientados, mientras tú, repito, con esa mesura y tranquilidad oriental, observabas pupilas, comprobabas pulso y te introducías, en cuerpo y alma, en aquel confesionario que requería concentración de urgencia.

Amigo José Manuel, quiero reflejar, una vez más, a través de estas líneas que si la principal figura del pugilismo es el boxeador, la de ustedes, la de los médicos, seguirá siendo tan imprescindible como vital. Jamás he concebido una velada sin galenos de turno y por eso mis escalofríos cuando he acudido a los puntos más apartados de nuestras geografías insulares para presenciar una reunión boxística y he comprobado que algunas veces éstas se han organizado con la alegría de una verbena y la imprudencia de un vesánico espontáneo taurino.

Cuando a Atazar se le fueron los ruidos de su cabeza, el algodón de su cerebro y ya se había disipado la niebla baja a la altura de sus ojos, cuando sus piernas ya no eran de gelatina ya que pisaba la lona como un palmípedo, lloró de rabia mientras oía una ovación de anaquel que jamás olvidará; y su rival se le colgaba al cuello no sé, José Manuel, si para calmarle o para sosegarse de su remontado viacrucis a pesar del triunfo cosechado.

Quería decirte que aquella ovación me hizo recordar a aquellas otras que en los cosos taurinos brindan a las grandes figuras y que sin embargo también recogen, en el paseíllo, los peones de turno.
En definitiva, el arte del boxeo es una conjunción de cuerpo y espíritu, y cuando falla la forma física se oscurece el estado psíquico. Por eso ustedes, los médicos, deben estar ahí, siempre deberían estar ahí, al borde del ring, para alumbrar e iluminar unas mentes que sin vuestras especiales linternas podrían permanecer en la eternidad de las tinieblas.

Amigo José Manuel Afonso Domínguez, en nombre de los que con más pasión que afición seguiremos defendiendo a este deporte de violencia reglamentada, gracias, muchas gracias. Con la mano en el corazón.

Explicación de la foto principal
El doctor Afonso Domínguez atiende al púgil caído, Atazar. De espaldas, el árbitro, Wenceslao Montelongo. Velada celebrada el día 20 de abril de 1979, en el “Palais Royal”, de Santa Cruz de Tenerife.
La foto fue tomada por Lucio Llamas, redactor gráfico del periódico tinerfeño “Diario de Avisos”.