Manuel Valero
@Manu_Valero

Los deportistas españoles han protagonizado decenas de momentos memorables en las últimas décadas, repitiéndose tras cada una de ellas una pregunta: ¿quién es el mejor deportista de la historia de España? Si el orden de la respuesta se establece en base a los resultados obtenidos, las estadísticas están del lado del piloto de trial Toni Bou, que acumula treinta y dos entorchados mundiales, repartidos a parte iguales entre las modalidades indoor y outdoor. Sin embargo, el catalán no es una figura conocida para la mayoría de español. Si se busca otra respuesta siguiendo el hilo de la Grecia Clásica y el Imperio Romano, la popularidad es el factor más representativo del deporte como espectáculo de masas.

Los toreros comenzaron a compartir portadas con deportistas a inicios del siglo XX, principalmente con la irrupción de Ricardo Zamora y Paulino Uzcudun. Cuando Niceto Alcalá-Zamora fue nombrado presidente de la II República, el catalán recibió varios telegramas felicitándolo, pues en el extranjero no podían asociar el apellido de Zamora si no al arquero. Uzcudun no tuvo reparos en abrirse un hueco en Estados Unidos, en una época en la que Jack Dempsey o Gene Tunney dominaban el peso pesado. El de Régil encabezó veladas en recintos como el Madison Square Garden o el Yankee Stadium, y sus hazañas llegaban a España con el retraso propio de la prensa de la época.

Cuando las carreras de Zamora y Uzcudun llegaban a su fin, la Guerra Civil dio paso a un período donde los triunfos españoles eran celebrados con gran entusiasmo dada su escasez. El púgil Luis Romero (campeón de Europa del peso gallo), el gimnasta Joaquín Blume o el ciclista Federico Martín Bahamontes brillaron antes de que, en un deporte de equipo como el fútbol, el Real Madrid reinase en Europa durante cinco temporadas consecutivas. Que el fútbol es el deporte rey en España es algo indiscutible, pero paradójicamente solo Luis Suárez (por favor, no confundir con el ariete uruguayo), que disfrutó de mayor reconocimiento en San Siro que en España, ha sido galardonado con la máxima distinción individual, el Balón de Oro. Astros nacidos en el extranjero como Di Stefano, Cruyff o Zidane han acaparado la atención de los aficionados españoles, y han quedado relegados a un segundo plano talentos nacionales de la categoría de Gento, Amancio o Villa.

Con la llegada de la televisión, los deportistas se acercaron al público en general, y en los programas de Televisión Española, Pedro Carrasco o José Legrá eran invitados habituales. Manuel Santana, Luis Ocaña, Ángel Nieto o Paquito Fernández Ochoa ganaron Wimbledon, el Tour de Francia, los Mundiales de 50cc y 125cc, o un oro olímpico a finales de los sesenta e inicios de los sesenta. En el deporte tradicional vasco, el joven José Manuel Ibar Aspiazu seguía los pasos de su padre, y batía récords en el levantamiento de piedras, a la par que el noble arte tenía un gran seguimiento en España. El hijo de José Ibar se escapó a los once años del internado de los jesuitas de Tudela donde estudiaba, para regresar a los verdes campos vascos, donde quedaría marcado cinco años después por la muerte de su progenitor, tras saltar más de una decena de personas sobre su pecho en una demostración improvisada.

Por su espectacularidad, el peso pesado es la categoría reina del boxeo, y la aspiración de reeditar los lejanos triunfos de Uzcudun era la culminación para los cuadriláteros españoles. El empresario José Lizarazu se quedó fascinado al presenciar una exhibición de fuerza de José Manuel, y pidió al preparador Miguel Almazor que lo convenciese para enfundarse los guantes. A pesar de las carencias técnicas propias de haberse iniciado en el boxeo a los veinticinco años, la emoción de los combates del deportista de Aizarnazábal desató una “fiebre popular” que hoy en día se denominaría la “Urtainmanía”. En su estreno como neoprofesional, más de quince mil personas acudieron al campo de fútbol de Villafranca de Ordizia, y se derribaron hasta las puertas del recinto. Lo nunca visto. No había tiempo que perder. Tan solo unos meses después de su debut, Manuel Summers rodó la película “Urtain, el rey de la selva… o así”, en la que también aparecía la cantante Marisol. El apodo de Urtain, tomado del caserío en el que nació, copó pronto las portadas de la prensa, y los empresarios encontraron una máquina de generar pesetas.

La palabra fuerte fue sustituida por Urtain, e incluso los platos más contundentes de los menús del momento tomaron el nombre de guerra del boxeador. Andrés Gimeno, Manuel Orantes o José Manuel Fuente “El Tarangu”, y también campeones del mundo como José Duran, Miguel Velázquez o “Uco” Lastra, se vieron eclipsados por un fenómeno meteórico. La Liga de Fútbol carecía de estrellas extranjeras, al limitarse los traspasos tras la eliminación de la selección en el Mundial de Chile 1962. El filón que suponía Urtain hizo que no faltasen los que intentase ensombrecer su carrera para vender periódicos, pero nadie quería perderse sus peleas, y es que como dijo Floyd Mayweather más de tres décadas después, “algunos pagan por verme ganar, otros por verme perder, pero al final todos pagan”.

Como señaló Elio Guzmán, la necesidad de que cogiese tablas sobre el ring y fuese acumulando victorias explica que sus representantes escogiesen rivales asequibles en sus primeras peleas, algo habitual en el boxeo. “Hay muchas cábalas en torno a los auténticos valores pugilísticos del combativo vasco, y la incógnita queda relativamente despejada. Urtain es fuerte como un roble, pero se trata de un roble que aún verdea y necesita su tiempo para madurar”, fue la descripción que realizó el NO-DO de la nueva sensación del deporte español en su sexta pelea. La fama de Urtain cruzó las fronteras de la Península, algo inusual en una época donde evidentemente no había streamings desde el Palacio de los Deportes de la Calle Goya, e incluso fue portada de The Ring en agosto de 1970, con Nat Fleischer todavía como editor de la revista. Que hubiese derrotado antes del límite a sus primeros veintisiete rivales no pasó desapercibido para la prensa internacional, que incluso llegó a comparar con Superman y “El Cid” a aquel boxeador tan exótico de 1,80 m de estatura y txapela. Enviados especiales de otros países cubrieron su victoria ante Peter Weiland, quien pesaba casi dieciocho kilogramos más que el vasco, para proclamarse campeón de Europa de los pesados. Miles de personas se quedaron fuera del recinto (en el que había cinco ministros franquistas), a pesar de los elevados precios de las entradas, y el país se detuvo para seguir la retransmisión la pelea a través de Televisión Española. La bolsa de Urtain superaba con creces la ficha más alta de La Liga de toda una temporada, y solo “El Cordobés” podía equipararse al guipuzcoano. Al día siguiente, se batió el récord de ventas del diario AS, el cual tardaría en superarse más de trece años, hasta la goleada de España a Malta. La crónica de Fernando Vadillo, impregnada de su característica epopeya, destacaba en las páginas del periódico madrileño. La mercadotecnia del momento lanzó marionetas del ídolo nacional con las que jugaban los más pequeños. El programa más influyente en la juventud, Los Payasos de la Tele, contó con él para un cameo en el que bromeó con las narices de Fofó y Miliki.

Urtain accedió a los puestos de honor de las listas mundiales del peso pesado, y hubo negociaciones para que se enfrentase, al campeón, Joe Frazier, y también se rumoreó un posible duelo con Muhammad Ali, a quien retó en agosto de 1972, cuando el de Louisville realizó una exhibición con Goyo Peralta. El excampeón europeo fue el primer oponente en el que pensó el promotor Luis Bamala para que Ali boxease en Barcelona, pero Urtain declinó la propuesta al encontrarse de vacaciones. La simpatía que sentían los aficionados españoles por Óscar “Ringo” Bonavena tras su combate con Ali hizo que Bamala tratase de concretar una pelea con el argentino. Los legendarios combates de Ali o Frazier eran seguidos con pasión través de la Televisión Española que dirigía Adolfo Suárez.

Desde el Reino Unido se inició una campaña de desprestigio de su figura por no concretarse una pelea con el veterano Henry Cooper. La Federación de Boxeo de la República Federal Alemana también puso en duda que las peleas de Urtain no estuviesen amañadas, principalmente porque los éxitos del español privaron de brillar a nivel continental a boxeadores germanos. Semejante a lo acontecido con Indurain en Les Arcs, la retransmisión (con cobertura especial de Televisión Española) de la derrota de un mito fue un duro revés que permitió salir de su escondite a quienes cargaron tintas a toro pasado. Para mayor descrédito del púgil vasco, periodistas españoles insistieron en que Sir Henry era un deportista acabado a los treinta y seis años. El londinense acumulaba más de cuatro años imbatido tras perder en 1966 con Muhammad Ali y Floyd Patterson. Cooper era una de las personalidades más famosas del Reino Unido, tras mandar a la lona a un imbatido Ali en 1963. Angelo Dundee ganó en la esquina el tiempo necesario para que el entonces Cassius Clay dibujase un torrente rojo en el rostro de Cooper. “Me despisté mirando a Liz Taylor en ringside”, se excusó Ali sobre su caída al tapiz de Wembley.

El 10 de noviembre de 1970 ante “Our Henry”, Urtain perdió algo más que la corona europea. Su carrera se prolongó durante seis años y medio más, en los que le daría tiempo a recuperar el cetro del Viejo Continente y realizar una breve aventura en el extranjero, para tratar de triunfar en Estados Unidos como su hermano Cándido, pelotari profesional. No estuvo tan lejos de compartir ring con algunos de los mejores pesos pesados de la historia, aunque los aficionados se cansasen de leer declaraciones de personas de su entorno sobre combates que se convertían en papel mojado. Boxeadores a los que derrotó con peor hoja de servicios que el vasco tuvieron la oportunidad de disputar un mundial. El nivel de la categoría en esos años puede resumirse con la clasificación de The Ring del año 1970: el campeón era Joe Frazier, seguido por Muhammad Ali, George Foreman, Óscar “Ringo” Bonavena, Jerry Quarry, Mac Foster, Henry Cooper, George Chuvalo, Sonny Liston y Urtain en novena posición. Desengañado por cómo lo trataron algunos de los que ocuparon su rincón, sus sucesivos manejadores no pusieron freno a su alocada vida, incompatible con el deporte profesional. Al “Morrosko” no le gustaba pagar el peaje de los duros sacrificios de los entrenamientos en Torrelodones, pero era consciente de que el deporte de los guantes le había deparado una vida mejor. Pasada la treintena, Urtain había dejado de ser un superhéroe para continuar siendo lo que siempre fue, un boxeador con una pegada demoledora y un carisma innato, pero ya sin el aura que le habían arrebatado muchos de los que lo habían convertido en un superhéroe. La derrota ante el veinteañero Alfredo Evangelista fue su penúltimo trago amargo antes de retirarse al perder en Bélgica con Jean Pierre Coopman, en su intento final de sumar un nuevo título de Europa. La ilusión de antaño había desaparecido, pero todavía siguió generando millones de pesetas y titulares en los diarios. A nivel deportivo, el palmarés conseguido a pesar de su tardío debut y su escasa preparación, lo sitúan junto al propio Uzcudun y Evangelista como los tres únicos españoles en haber ganado el cinturón europeo de los pesados.

Sus desafortunadas aventuras empresariales lo forzaron a probar suerte en la lucha libre, al igual que Primo Carnera, o intentar regresar al pugilismo rentado a los cuarenta y tres años, denegándole la licencia la Federación Española de Boxeo. Derrochó el dineral que había ganado, y agasajó a allegados (regaló un Mercedes a todos sus hermanos) y a los que se acercaron a él por interés, quienes intentaron desplumarle de las bolsas que había logrado exponiendo su físico sobre el cuadrilátero. Su salud se vio mermada tras un accidente de tráfico sufrido en 1989, lo cual se sumó a sus problemas con el alcohol. Aquel hombre campechano descubrió la fiesta en Madrid, un cambio radical comparado con su vida en Cestona que acabó con su primer matrimonio. Su temprano y trágico fallecimiento, cuatro días antes de la inauguración del mayor evento deportivo que ha acogido España, los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, hicieron que pasase a la historia como un juguete roto. Otros vieron en él una especie de reedición de “Más dura será la caída” en versión española, en el que la inspiración en el italiano Carnera pasaba a ser Urtain.

No fue su desenlace el único factor que culminó la desconstrucción del mito iniciada anteriormente, y a la que se sumaron nuevos capítulos con el paso del tiempo, como el encarcelamiento de su sobrino Pablo Ibar en Florida dos años después de su muerte. En Urtain se depositaron las esperanzas de un país en un deportista limitado, pero su coraje e imán mediático hizo que inicialmente nadie rompiese filas y pregonase que sus posibilidades ante Ali, Frazier o Foreman eran prácticamente nulas. El deportista no tenía culpa de unas expectativas que él no había generado, y acabada la faceta deportiva, las cámaras siguieron detrás de él para mostrar el mal manejo que hizo de su ascenso a la fama en su vida privada. Como figura más representativa de su generación, fue asociado inevitablemente a la caída del boxeo en España. El abandono de la televisión, accidentes mortales como el de Rubio Melero y la falta de estrellas llevaron al declive de un deporte que volvió a ser noticia una década después con Poli Díaz. El recién creado diario El País prohibió en su libro de estilo recoger información sobre boxeo, salvo de noticias que “reflejen el sórdido mundo de esta actividad”, como los incidentes de Perico Fernández o “Dum Dum” Pacheco, la decadencia de Muhammad Ali, o la muerte del surcoreano Duk-Koo Kim, y no de los títulos europeos del leonés Roberto Castañón. En el plano político, el senador socialista Francisco Delgado puso sobre la mesa la posibilidad de abolir el boxeo profesional en España.

Unir la tragedia personal de un deportista de raíces humildes al boxeo no sería preciso, de igual forma que no se señala al fútbol como destructor de las vidas de George Best o Diego Armando Maradona. En los años de plomo de ETA, Urtain proclamó ser español, así como vasco, y fue criticado por ello por algunos de los vecinos del caserío en el que creció. No es esa la única etiqueta política que arrastra su figura, sino que también se le ha apodado como “el boxeador del régimen de Franco”. Finalizada su andadura con Almazor, Urtain se puso a las órdenes del entrenador de Pedro Carrasco, Renzo Casadei. El italiano mantenía una buena relación con Vicente Gil, presidente de la EBU hasta 1971 y médico personal de Franco, y facilitó que el boxeador vasco visitase El Pardo, europeo al igual que tantos otros deportistas, después de ganar el cinturón europeo. Casadei consiguió atraer nuevos patrocinadores, como el licor de alcachofa Cynar. De la misma manera que el NO-DO resaltó los triunfos del Real Madrid en Europa, apropiándose de estos éxitos, la maquinaria propagandística no dejó pasar la popularidad de Urtain. “Venció la raza”, tituló MARCA el 4 de abril de 1970 junto a una foto del vasco derribando al alemán Weiland. Manuel Alcántara escribió en la crónica de aquella edición: “Ha nacido José Manuel con signo polémico, y por eso fue figura desde aquel combate con Rodri en Villafranca. Está lleno de cheques al portador, y el portador es él. ¿Aprenderá? Si aprende, les juro que estamos ante Rocky Marciano”. Esta corriente no fue exclusiva de España, ni del blanco y negro, pues en color también se ha producido la eclosión de héroes efímeros como el esquiador “Juanito” Muehlegg. Si el principal artífice de generar el aura del tongo alrededor de su carrera fue José María García, Manuel Vázquez Montalbán, y después Francisco Umbral, difundieron la imagen de Urtain como deportista aupado por Franco. “Urtain era algo así como un altorrelieve musculado de la mitología del tardofranquismo. Urtain era el David de Donatello del franquismo”, afirmó Umbral en El País.

Tras colgar los guantes, y ya con la llegada de las televisiones privadas y posteriormente internet, España es un productor de campeones de talla mundial. En deportes de equipo, los triunfos de la selección de Waterpolo de los Estiarte y Rollán, la “ÑBA” capitaneada por Pau Gasol, “Los Hispanos”, y sobre todo, de la selección de fútbol con Casillas o Iniesta entre 2008 y 2012, también han agrandado la historia deportiva española, junto a los triunfos de los clubs españoles a nivel internacional. El testigo de Urtain fue tomado por el cántabro Severiano Ballesteros, quien probablemente a día de hoy es más reconocido en el extranjero que en España, y sus triunfos en el Masters de Augusta o el British Open no detuvieron el país como lo hizo Urtain. Precedido por “Perico” Delgado, Indurain se colocó en el panteón del ciclismo mundial con sus cinco maillots amarillos consecutivos. Al navarro se le achacó en algún momento su falta de agresividad, con un estilo totalmente contrapuesto al de Urtain. Con la llegada del siglo actual, la irrupción de Rafael Nadal y sus incontables fotografías hincando el diente a copas de todos los colores han copado portadas, pero centrándose en las audiencias televisivas polideportivas, ni el balear, ni Marc Márquez ni Carolina Marín se acercan a los registros de las carreras de Fernando Alonso. El bicampeón asturiano consiguió en su primera etapa que España hablase de bujías y subviraje, cuando años antes la Fórmula 1 luchaba por sobrevivir en la parrilla televisiva. La “Alonsomanía” tuvo su precedente tres décadas antes con la “Urtainmanía”. José Manuel Ibar fue un “influencer” de la España de los setenta cuando todavía quedaban lejos las redes sociales, y contaba con más seguidores que cualquier deportista de la época.