Darío Pérez
@ringsider2020
Fotos: Esther Lin/Showtime

Esta pasada madrugada ha acontecido en el T-Mobile Arena de Las Vegas (Estados Unidos) una importante velada, que con mimo había preparado PBC. En ella, se vivieron cuatro cruces de enorme interés para los aficionados al boxeo con desigual emoción e intensidad.

Ascendieron a un cuadrilátero, por ocasión primera, dos campeones indiscutidos de sus categorías: los cuatro títulos mundiales de Saúl «Canelo» Álvarez (60-2-2, 39 KO) se ponían en liza ante el aspirante Jermell Charlo (35-2-1, 19 KO), poseedor de todas las fajas superwélter. El combate fue lineal en el sentido de que los treinta y seis minutos supusieron el típico juego del gato y el ratón: Canelo ocupaba el centro del ring y se lanzaba durante el tiempo efectivo de boxeo a perseguir a Charlo, que se desplazaba circularmente por el ring, con toda la movilidad que le permitía su físico, para no ser alcanzado. Sin prisa, el mexicano exhibió buena forma, inteligencia y la chispa que no le habíamos visto en sus últimas apariciones sobre el ensogado. Sabía que para acortar la distancia y golpear a Charlo debía pagar un peaje, pero supo asimilar los guantazos que recibía, no carentes de dureza en ocasiones.
En el séptimo asalto, vivimos el momento más intenso de la refriega, ya que Álvarez derribó al estadounidense con una mano recta al centro del rostro. Charlo pasó algún apuro, pero asimiló el castigo que el mexicano le impuso a cualquier parte de su anatomía, desde la sien hasta el hígado, pasando incluso por los riñones (lo que le supuso alguna censura por parte del réferi). Charlo no supo, o no pudo, inquietar a un Canelo muy seguro de sí mismo que ejerció un dominio con mano de hierro a lo largo y ancho de la pelea. Así lo vieron los oficiales, otorgando para el aún campeón supermedio indiscutible la victoria sobre el decepcionante y entregado adversario por 119-108 y doble 118-109, inapelables.

“Soy un luchador fuerte siempre, contra todos los peleadores”, dijo Canelo. “Soy un hombre fuerte. Nadie puede vencer a este Canelo”.

El mexicano explicó la clave del combate. “Trabajamos atacando el cuerpo, sabemos que es un gran luchador. Sabe moverse en el ring. Trabajamos atacando el cuerpo durante tres meses. Durante tres meses en la montaña sin mi familia, sin todo”.
“Todavía amo el boxeo”, dijo Canelo. “Amo mucho el boxeo. El boxeo es mi vida. El boxeo me convirtió en la persona que soy hoy. Por eso amo tanto el boxeo. Y amo tanto el boxeo gracias a mis fanáticos también… En el Cinco de Mayo me enfrentaré a quien sea. No me importa.»

Por su parte, Charlo comentó: “Sentí que no estaba yo allí. No me pongo excusas, así que es lo que es. Tomo mis golpes y sigo adelante. Es boxeo. A veces ganas, a veces pierdes. Me golpeó con algunos golpes duros. La verdad es que pude sentir la diferencia en el peso. Soy indiscutible en mi división de peso. A veces te quedas corto, pero hay que seguir esforzándose. Mi rollo no termina aquí. Estoy orgulloso de mi mismo».

En el peso superwélter, la pelea coestelar medía a los estadounidenses Jesús Ramos (20-1, 16 KO) y Erickson Lubin (26-2, 18 KO). Suponía una eliminatoria mundial WBC en un peso que se podría democratizar mucho más a corto plazo si Charlo permanece en categorías superiores tras el pleito de esta noche. Fue la pelea más aburrida y monótona de la noche, decepcionando a quienes esperábamos mucho más de ella hasta terminar abucheando el público del recinto en Las Vegas. Ramos empezó más activo, aunque sin alardes, buscando llevar a Lubin a las cuerdas para trabajarle el cuerpo; este permaneció pasivo durante todo el duelo, con esporádicos momentos donde sacaba la cabeza con algunas tímidas acometidas que no gozaban de continuidad. Caídas no hubo, ni puntos restados, ni siquiera intercambios destacables. Por si fuera poco, el Mono se conformó con lo que sería su grave error, conservar esa teórica ventaja de los rounds iniciales desde la mitad del tiempo pactado, por lo que el tedio fue a más hasta que el cumplimiento de los doce episodios supuso un alivio para prácticamente todos. Los jueces, con Patricia Morse y su hipnótico atuendo rosa chillón a la cabeza, terminaron de redondear el despropósito concediendo el triunfo unánimemente al inoperante Lubin con desconcertantes puntuaciones de 117-111 (de una Morse que pide nevera desde hace muchos años a gritos), 116-112 y 115-112.

Lubin-Ramos

También disfrutamos de una cita en la división wélter, con el título interino WBC (y posiblemente algo más, dependiendo del futuro cercano del campeón Terence Crawford), entre Yordenis Ugás (27-6, 12 KO) y el estadounidense Mario Barrios (28-2, 18 KO). Fue un choque que empezó como ajedrez, se tornó esgrima, se convirtió en boxeo y acabó siendo una bronca callejera. Unos primeros asaltos de tanteo, solo rotos por un derribo de Barrios a Ugás en el segundo tras un recto que pilló al cubano mal equilibrado, parecían indicar que tenía más precisión el discípulo de Ismael Salas. Parecía que el excampeón iba imponiendo su precisión, seleccionando manos ante el impulsivo texano mientras se iban desencadenando las hostilidades. Esto coincidió con la mejoría de Barrios y la sensación de que Ugás no podía seguir ese ritmo y tenía que cuidar mucho sus ataques; 37 años y más de uno parado se le habían venido encima a un caribeño al que, por si fuera poco, el ojo derecho se le empezaba a cerrar.

Ya no podía seguir el ritmo del joven impetuoso el viejo guerrero, con mil cicatrices en su cuerpo de guerras pasadas y un depósito de gasolina con el aviso de reserva; el médico avisaba, examinando el ojo de Ugás antes de cada uno de los tres últimos parciales, de que la espada de Damocles estaba a punto de acabar con su resistencia. El corazón enorme del quebrantado 54 Milagros, además de bastante poco celo en el trabajo del doctor y su esquina, hizo que el combate acabase con ambos en pie, pese a sufrir una caída que a cualquiera habría noqueado en los últimos compases. El árbitro también quitó un punto a Ugás en ese agónico final, debatiéndose entre llegar a la orilla o morir junto a la playa, por dejar caer repetidamente el bucal. Los jueces, impecables e implacables, puntuaron 118-107, 118-107 y 117-108 para Mario Barrios, lo que le deja cerca de los mejores del wélter y a Ugás, herido, pensando si merece la pena empezar casi desde cero a estas alturas.

Abría la parte televisada Elijah García (16-0, 13 KO), intercambiando metralla con el mexicano Armando Reséndiz (14-2, 10 KO) en el peso medio. Y bien que se pegaron con todo los dos guerreros con sangre azteca en sus venas, protagonizando un espectacular inicio de la noche y dándose a conocer para quienes no les tenían aún en su memoria. García demostró estar preparado para dar el gran paso y, con virtuosismo técnico en acciones de pasar manos, girar el cuerpo y combinar con varios impactos, fue demoliendo a Reséndiz. Este hizo un estimable combate, asimilando mucho castigo y lanzando manos sin parar, como aquel famoso conejito rosa del anuncio de pilas.

El de Arizona, sin embargo, fue demasiado para él, plantado con exquisita clase y recordando en fases del combate movimientos de grandes púgiles como Dmitry Bivol; palabras mayores, perdonen la licencia. Pero fue una demostración de que una contienda puede ser atractiva para el espectador y para el más exigente analista técnico de boxeo a la vez. Reséndiz fue perdiendo fuerza y precisión paulatinamente hasta que Elijah García, majestuoso, clavó la enésima combinación cerrada con mano izquierda y derribó, primero, y ajustició deportivamente con una ráfaga, después, a un rival salvado por el árbitro al decretar el fuera de combate.

En las preliminares fuera de la parte principal, pocas sorpresas con victorias tempranas del peso pesado cubano Frank Sánchez (23-0, 16 KO), el semipesado ucraniano Oleksandr Gvozdyk (20-1, 16 KO) o el superligero mexicano Gabriel Valenzuela (28-3-1, 17 KO). Esperarán su turno en futuras galas con desafíos de más enjundia y lugares que, por nivel, les corresponden dentro de los duelos finales de las galas.

Debutó también con un destacable triunfo antes del límite el prometedor peso superpluma Curmel Moton, de 17 años y señalado por el propio Floyd Mayweather como sucesor de sus éxitos.