Christian Teruel     
@Chris_Le_Gabach

Es sabido cómo los niños pequeños con falta de atención de sus padres o mayores al cargo, suelen liarla para llamar y exigir dicha atención. Los bebés, a falta de habilidad de expresión, lloran. Los infantes rompen cosas. Los adolescentes gamberrean. Ben Whittaker, baila y bufonea en el ring. Y es que la promesa inglesa del semipesado volvió a dar un espectáculo circense en su pelea contra Graidia.

Lo de circense lo pueden tomar en su manera despectiva o literal, la que prefieran. Según la rae, circo es “edificio o recinto cubierto por una carpa, con gradería para los espectadores, que tiene en medio una o varias pistas donde actúan malabaristas, payasos, equilibristas, animales amaestrados, etc.” No hay manera mejor de definir el acto protagonizado por Whittaker. Por supuesto, cambiando el sujeto de animal por Graidia, que merece todo el respeto que no le dio su contrincante.

Ya de por sí el joven púgil de las West Midlands, medalla de plata en Tokio 2020 venía recibiendo animadversión por sus formas desde el debut en profesional. Por lo que sea, al público no le cuadra sus constantes imitaciones a Prince Nazeem (incluso en su vestuario en alguna ocasión) ni sus constantes desconsideraciones a sus rivales. Una cosa es alardear en el más alto nivel contra boxeadores top y otra el hacerlo ante jornaleros que bastante tienen con estar ahí por unas libras y el honor. Y si lo primero es escaso, que menos que los segundo al menos sea generoso.

Sin embargo, no toda culpa debe recaer en Whittaker. Y es que, su promotor, Ben Shalom, tiene gran parte de ella. Viendo que el chaval tiene calidad y que está para más que enfrentarse a récords negativos o con muchas derrotas, debería dejar de hacer tales peleas. Pero claro, parece que de momento le va la marcha que recibe su boxeador, y da más peso a la alimentación de inquina que a la formación boxística.

Lo irónico es que, aunque parezca mentira, hubo momentos que los abucheos del publico parecían más dirigidos al árbitro por reñir a Whittaker por sus flipadas que al propio luchador. Sin querer eximirle de un comportamiento que, para mi gusto, sobra, no hay que olvidar que es lo que en los 90s se llamaba un JASP (joven aunque sobradamente preparado, aunque en este caso, lo último se cambia por prepotente) que quiere hacerse de notar, buscar la atención de todos como método de mejores contratos y peleas. En cierto modo, es también una llamada a su promotor de que es hora de subir el listón de exigencia.

Sí, me pongo el traje de abogado del diablo para descargar un poco la responsabilidad de Whittaker. Insisto que para mí es una manera de actuar inaceptable. De hecho, nunca fui fan de Nazeem y similares. Pero es un delito tan grave como escribir con pluma el horóscopo en un periódico de barrio. Es hora de que Shalom y Whittaker, carguen tinta y prueben si pueden escribir una historia interesante en una categoría que incluso a nivel local (Buatsi, Yarde, Azeez…) como mundial (Beterbiev y Bivol) cuenta con escritores de Nobel como competencia.