Aboudou-Ghadfa

Redacción ESPABOX

La conclusión de los Juegos Olímpicos de París 2024 ha dejado un nueva primera potencia en el boxeo con camiseta: Uzbekistán. El país asiático, de apenas 37 millones de habitantes, ha sumado cinco medallas de oro para imponerse con claridad en el medallero del noble arte.

El boxeo olímpico está sumido en una incertidumbre que parece perpetuarse. Los continuos cambios en los límites de las categorías desestabiliza el desarrollo de los boxeadores a lo largo de varios ciclos. Para 2028 la situación es sombría, con la suspensión de la IBA, y el impulso desde Estados Unidos de World Boxing.

El Comite Olímpico Internacional amenaza con apartar al boxeo del programa olímpico, pero bajo su control no ha sido capaz de erradicar los males endémicos de este deporte, con puntuaciones dispares entre jueces en un mismo asalto. El boxeo ha respondido con buenas audiencias, aunque si bien es cierto es que su transcendencia no es la de hace décadas.

Al veto de un país tan importante en el boxeo olímpico como Rusia, se suma el escaso interés que suscita entre los talentos internacionales el completar un ciclo olímpico. La gloria en forma de presea ya no contiene al interés de los promotores por desarrollar cuanto antes a las estrellas del mañana.

Una problemática que afecta especialmente a Estados Unidos, que solo ha conseguido un bronce. Para Atlanta 1996, los últimos Juegos celebrados en suelo estadounidense, el comité local echó el resto porque su país presentase un equipo a la altura.

El nivel medio de los boxeadores dedicados en exclusiva al boxeo olímpico ha disminuido, con Bahodir Jololov como muestra. El uzbeko es un auténtico fuera de serie que ya acumula catorce victorias en el boxeo rentado. Con semejante trayectoria y talento, está a su alcance conseguir un puesto entre los Fury, Usyk o Joshua, que comprometerían sus opciones de buscar un tercer oro, dados los cantos de sirena de combates millonarios.

Las medallas en París han estado más repartidas que nunca, con China y Taiwán como sorpresas. Desde hace años se repite que el gigante asiático está a punto de despertar en cuanto al boxeo se refiere, pero este avance no termina de completarse.

Cuba se ha contentado con un oro y un bronce. El animador del boxeo olímpico se encuentra en pleno recambio generacional, un proceso que se ha acelerado a marchas forzadas por la deserción de los deportistas que buscan una vida mejor lejos del castrismo.

Un país tradicionalmente menor en el boxeo olímpico como España es la cara opuesta. Más allá de las dos medallas, España ha demostrado un alto nivel competitivo. Y es que a diferencia de Estados Unidos, los boxeadores españoles tienen una mejor situación económica bajo el paraguas olímpico que buscando los cinturones del boxeo profesional. Los medios españoles muestran un respeto que en algunos casos abandonan al hablar del noble arte dentro de los Juegos Olímpicos.

Ayoub Ghadfa propinó otro golpe certero al alzar la voz para pedir a la prensa que dejase de presentarlo como un hijo de inmigrantes que había sufrido bullying. Como si llegar a una final olímpica no fuese suficiente motivo para escribir sobre un boxeador en España. Tampoco lo fue que Roland Garros acogiese las finales.

Esta edición pasará al recuerdo colectivo como la de la necesidad que tiene el deporte por fijar unos criterios en cuanto a los deportistas intersexuales. Otro conflicto con aroma político que esconde el posible fin de la igualdad en el deporte femenino, esa por la que tanto lucharon las pioneras del cuadrilátero.