Alfonso González Vicente

Ángel “Robinson” García fue un boxeador cubano de los años sesenta y setenta. Es conocido como el gran Globetrotter del boxeo, ya que su dilatada carrera, con 239 combates contabilizados (y algunos más sin registrar), tuvo lugar durante veintitrés años, en veintiún países distintos. Era un tipo con un boxeo muy elegante, y una clase tremenda, de ahí su apodo “Robinson” (en honor del gran Ray “Sugar” Robinson), pero nunca llegó a ser campeón del mundo debido, básicamente, a su mala, desordenada y turbulenta vida.

Empezó a boxear, a finales de los cincuenta, en Cuba, y cuando Fidel Castro abolió el boxeo profesional en la isla se trasladó a Estados Unidos, donde se estableció en Miami Beach, y perteneció, durante una época, a los boxeadores de la “cuadra” de los hermanos Dundee (Chris y Angelo). Ángelo Dundee, fue entrenador y mánager, entre otros, de Cassius Clay (Muhammad Ali) y de Luis Manuel Rodríguez, que era también cubano. Entrenaban en el famoso gimnasio de la Quinta Calle (The Fifth Street Gym de Miami Beach). Su mejor época, como boxeador, tuvo lugar en París, donde estuvo afincado siete u ocho años, luego tuvo otra larga etapa en la que boxeó en Italia y después se afincó durante seis o siete años en España. Sus mejores combates en España los disputó en Barcelona y Bilbao, donde los buenos aficionados supieron apreciar su talento.

En Madrid también boxeó, pero menos. Yo lo vi boxear contra Johnny White en el estadio Suárez Puerta de Avilés, en el mes de julio de 1971, (una de las varias peleas no contabilizadas en su palmarés), poco antes de enfrentarse con Roberto Durán. Fue una pelea casi de exhibición, que terminó en “match nulo”, pero en la que pude ver pinceladas de su elegancia, gran esgrima y tremenda clase. Para mí, que he visto mucho boxeo en mi vida, fue sin duda, el boxeador con más clase que ha pisado un ring en España. Era, lo que antes se llamaba un estilista.

En el boxeo el sobrenombre “Robinson” (o “Sugar”) está claro que no lo lleva cualquiera. Hay que tener mucho nivel para ello.

En una entrevista hecha a Miguel Velázquez, campeón de España y de Europa, éste declara ante la pregunta de «¿cuál es el púgil que más te ha impresionado a lo largo de toda tu carrera deportiva?» que, sin ningún género de dudas, el mejor boxeador que he visto jamás ha sido Ángel “Robinson” García, con el que, por cierto, hizo un combate nulo. Incluso llega a decir que para él tenía más clase y era mejor que Cassius Clay. No deja de ser una opinión, pero es otra muestra más de la gran clase del púgil cubano. Es increíble que, con su mala vida, y con la cantidad de combates disputados solo haya perdido tres veces antes del límite (de las cuales solo dos por KO) En Ángel “Robinson” García se da también un caso muy curioso y es que sin haber sido campeón del mundo y habiendo perdido ochenta peleas, muchas más de las que otros púgiles son, ni siquiera, capaces de disputar, esté considerado, por todos los entendidos del boxeo y sus principales organismos, como un gran boxeador.

En el boxeo el sobrenombre “Robinson” (o “Sugar”) está claro que no lo lleva cualquiera. Hay que tener mucho nivel para ello. Recojo, en inglés, para mantener la autenticidad, una anécdota contada por Ferdie Pacheco, “The fight doctor”, en su libro titulado “The Doctor Fight Back”, concretamente en el capítulo XIX, “Cuban Fighters. Luis`s Rotten Luck”. El capítulo, además de hacer un recorrido por el boxeo cubano, habla especialmente de Luis Manuel Rodríguez, un muy buen púgil cubano, que, como aspirante al título de campeón del mundo peso medio, se enfrentó en Roma contra el campeón Nino Benvenuti. El combate, que yo vi en directo por Televisión Española (¡ahora parece increíble!), lo iba ganando claramente Luis Manuel Rodríguez, que protagonizó una gran pelea, hasta que en el undécimo asalto fue cazado por un tremendo derechazo de Nino Benvenuti (el italiano de la “destra asassina”) y, al final, el cubano perdió por KO.

Poco tiempo después, en Montecarlo, Nino Benvenuti sería literalmente fulminado por Carlos Monzón. Por cierto, Luis Manuel Rodríguez y Cassius Clay se conocieron en el citado The Fifth Street Gym de Miami. Se hicieron muy amigos y sentían admiración el uno por el otro, hasta el punto de que ambos estaban seguros que el otro llegaría a ser campeón del mundo, como así ocurrió, aunque Luis Manuel solo fue campeón del mundo del peso wélter durante cuarenta y siete días. Luis Manuel Rodríguez era unos años mayor que Cassius Clay y fue una de las referencias de Clay para destacar en el complicado mundo del boxeo. Luis Manuel Rodríguez fue efímeramente campeón del mundo, peo, además, fue un púgil con bastante mala suerte. Tuvo, también la desgracia, de encontrarse en su carrera con la mejor etapa de otro gran campeón de los pesos wélter y medio como lo fue Emile Griffith, al que derrotó en una ocasión (cuando se hizo con la corona mundial de los wélters), pero fue derrotado en los otros tres “pleitos” (como dicen en América) que tuvo con el norteamericano. La historia de Luis Manuel Rodríguez también es interesante de conocer y de hecho la relata, como ya he dicho, Ferdie Pacheco en el capítulo “Cuban Fighters. Luis´s Rotten Luck” del libro que ya he citado. Antes de “pegar” la anécdota contaré quién era (puesto que ya ha muerto) Ferdie Pacheco. Conocido, como ya he dicho, con el sobrenombre de “The Fight Doctor”, era, efectivamente, médico. Fue médico personal de Muhammad Ali, y, además, ejerció de “segundo”, de “hombre de esquina”, de “cutman”, en numerosos combates de boxeo. En concreto en la pelea entre Benvenuti y Luis Manuel Rodríguez hizo de “cutman” en la esquina de este último. La anécdota se refiere a la noche de esa pelea en la que en los vestuarios “The Fight Doctor” se encontró sorpresivamente con Ángel “Robinson” García, que acababa de salir de la cárcel de Génova.

«Antes de los combates, estaba caminando por los vestuarios cuando escuché una voz ronca que me llamaba. «Doct-o, oye Doct-o». Vi a un pequeño boxeador que se vendaba las manos. Me parecía vagamente familiar. «Coño, Doct-o, soy yo. Robinson García». «Robinson» García era un buen boxeador, tan guapo que lo llamaron como Sugar Ray Robinson. Había tenido más de trescientas peleas. Ahora ya no era el guapo Andy. No tenía los dientes delanteros, su nariz se desviaba y sus cejas eran feos montículos de tejido cicatricial. «Maldita sea, Robinson, ¿Dónde has estado?» «En Génova. En la cárcel. Golpeé a mi puta y me metieron 6 meses». «¿Cuándo te dejaron salir?» «Esta mañana. Tomé un tren. Acabo de llegar. ¿Quieres trabajar en mi esquina? Necesito un buen cutman». «Me encantaría, pero tengo a Luis peleando por el título». «Sí, lo sé. Bueno. Suerte». «¿Acabas de salir? ¿Qué comiste?» «Espaguetis. Tres veces al día. Sin sal, sin salsa, sin nada. Daría mi brazo derecho por un picadillo.» Sonreí, él también. Era un guerrero. De esos raros que salen a hacer lo que tienen que hacer para sobrevivir. Le dan al público lo que quiere. Parecen inmunes al dolor. Boxeo. Es lo que hace esta raza dura de hombres. Me sentí orgulloso de conocer a “Robinson” García, y desearía haber podido trabajar en su rincón esa noche». En esa velada, creo, (aunque no estoy seguro) que Robinson García, recién salido de la cárcel, y sin preparación alguna, se enfrentó con el campeón europeo del superwélter Carmelo Bossi. Fue una de las tres peleas que perdió antes del límite, pero, en este caso, no por KO, sino que, parece ser, por lesión en una de sus manos.

El boxeo, (al igual que los toros) son actividades donde, incluso, en ciertos momentos, se puede experimentar “ese vértigo dantesco que separa la vida de la muerte”. Ambos son “mundos románticos” que merecen ser (y han sido) descritos en “clave “literaria” (y cinematográfica). Recuerdo las excelentes crónicas boxísticas de Manolo Alcántara en el Diario Marca o de Fernando Vadillo en AS, por no citar a los norteamericanos Hemingway y Norman Mailer, al argentino Julio Cortázar, al cubano Enrique Encinosa o al ya citado Ferdie Pacheco. Pues bien, tipos y vidas como la de “Robinson” García, con sus virtudes, e incluso con sus enormes defectos, contribuyen a “engrandecerlo”, a darle ese halo literario, cinematográfico, e incluso poético que lo rodea. Enrique Encinosa, un escritor anticastrista cubano, residente en Miami y uno de los mejores críticos y articulistas de boxeo (tiene un libro dedicado al boxeo cubano titulado “Azúcar y chocolate”) le dedica un artículo en el que se ve que “Robinson” García representa y entraña todo lo bueno y malo que encierra el boxeo histórico y mítico. ¡Un ejercicio de autenticidad!

¡BOXEO EN ESTADO “QUÍMICAMENTE PURO”! IT`S BOXING!

De hecho, su artículo “huele” a bohemia, marginalidad, “cine negro”, gimnasio destartalado, tabaco, alcohol, prostitución, linimento, vaselina, sangre, sudor y cuero. Robinson García entre 1958-1962 disputó cincuenta y ocho combates (doce por año). En el año 1966 disputó veinte combates. En 1969 disputó doce combates. En 1970 disputó diecisiete combates. En 1971 disputó quince combates En 1974 (con 37 años) disputó doce combates. En 1960, en menos de un mes, peleó con Douglas Vaillant y dos veces con el futuro campeón del mundo de los wélters Carlos Hernández. En 1967 pelea en Italia ante un italiano al que vence, y, nueve días más tarde, se enfrenta contra Carmelo Bossi, campeón del mundo de los superwélters. En 1974 (con treinta y siete años) se enfrenta en EE.UU. contra Sugar Ray Charles (campeón olímpico en 1972 y que hizo un nulo con Marvin Hagler, campeón del mundo del peso medio) y ¡cinco días después! contra Josue Márquez, campeón de Puerto Rico del superligero y que, doce meses antes, había perdido, por decisión dividida, el campeonato del mundo del peso superligero contra Antonio Cervantes. Salvo en los dos últimos años (77-78), desde el inicio de su carrera nunca disputó menos de ocho combates anuales. Estos excesos, sin controles médicos de ningún tipo, hoy, además de imposibles, serían impensables. Disputó un total de 2082 asaltos y 239 combates profesionales contabilizados (y algunos más sin contabilizar). Hoy, un boxeador medio realiza entre dos y cuatro peleas al año (como mucho) y en su carrera deportiva acumula unos 500 asaltos (o menos). Boxeó durante veintitrés años en veintiún países (fue el gran “Globetrotter” de la historia del boxeo). En Estados Unidos boxeó en diez estados distintos.

Pese a su mala preparación y a su vida disoluta, solo perdió tres combates antes del límite (uno de ellos al final de su carrera frente a Willy Monroe un buen “prospecto” del peso wélter). Ni siquiera Roberto “Mano de Piedra” Durán pudo ganarlo por K.O. (se enfrentaron en Panamá, Roberto con veintidós años y Robinson García con treinta y siete). Durán hasta entonces había ganado todos sus combates por K.O. Al final del combate, Durán declaró: “este cabrón de cubano, sabe mucho y me tiene que enseñar algo (o mucho) de lo mucho que sabe”. De hecho, Robinson, y su mánager Caballero, se quedaron algunos días más en Panamá. Las últimas peleas de su carrera deportiva (ya con más de treinta y siete años) las disputó en América, principalmente en Estados Unidos, también en Panamá, Venezuela, Canadá, Puerto Rico, etc. Seguramente esos contratos los consiguió después de su excelente pelea con Durán, que está considerado, en las clasificaciones de los organismos internacionales de boxeo, como el quinto mejor boxeador del mundo de todos los tiempos.

Al final del combate, Durán declaró: “este cabrón de cubano, sabe mucho y me tiene que enseñar algo (o mucho) de lo mucho que sabe”

De todos es sabido que el boxeo americano es mucho más duro y de mayor calidad que el europeo. Robinson García, además de con Durán, se enfrentó, cerca de los cuarenta años, con excampeones del mundo como Billy Backus (campeón mundial wélter), Wilfredo Benítez (el campeón del mundo del superligero más joven de la historia, con diecinueve años), Eddie Perkins (otro campeón del mundo), Esteban de Jesús (un grandísimo boxeador, uno de los pocos que derrotó a Roberto Durán, aunque luego perdió en dos revanchas), Sugar Ray Charles (campeón olímpico de 1972), Josue Marquez (aspirante al mundial superligero), Clyde Gray (aspirante al título mundial de los wélters)., etc. Nunca nadie le ganó por K.O. En la mayor parte de esas peleas, por no decir todas, subió al ring falto de preparación, o en unas condiciones lamentables. Fue un gran dosificador, un gran “estilista” y un gran estratega, además de ser un boxeador muy técnico. Se enfrentó con ocho campeones mundiales (con «Mantequilla» Nápoles, dos veces, con Carlos Hernández, dos veces, con Eddie Perkins, tres veces) y disputó quince combates con ellos, también se enfrentó a un sinfín de campeones europeos (Carrasco, Velázquez, Menetrey, etc.) y nacionales; y con boxeadores africanos muy duros (Jonathan Dele, etc). Su última pelea, que ganó, ya muy deteriorado, y con cuarenta y un años, la disputó en Bélgica. Supongo que le pondrían un rival facilito para despedir su larguísima y bohemia trayectoria boxística con un cierto reconocimiento. Boxeo con pesos ligeros, superligeros, wélters y superwélters (incluso con algunos pesos medios), en cualquier condición y en cualquier lugar. Pese a su depravada vida, jamás rechazó a un rival, ni renunció (ni falta) a una cita pugilística.

Que se sepa pasó varias temporadas en la cárcel. Una vez por pelearse en un bar con cinco proxenetas senegaleses, por haber seducido, según la prensa italiana, sin previo pago, a una de sus chicas, y otra vez, seis meses, también en Italia, por pegarle a “su puta” (al día siguiente de salir de la cárcel ya quiso combatir en la velada de Benvenuti-Luis Manuel Rodríguez). También fue expulsado de Francia por problemas con la justicia gala. Robinson García es que era un mujeriego empedernido. La prensa italiana, de la que, en parte, me he nutrido para elaborar este artículo, le define como un “atleta sexual”, y son conocidas sus escapadas antes de muchos de sus combates por las discotecas y clubs de alterne de Génova, Milán o Roma. Yo creo, y eso es una especulación mía, que las pocas veces que disputó menos de doce combates por año, o estaba “huido” (con alguna mujer) o en la cárcel, porque de personajes con una vida tan fascinante como Robinson García se conocen muy pocas cosas. Si se conociesen todos los avatares de su vida personal y profesional, su «aventura vital» sería aún mucho más fascinante. ¡Qué ya es decir!

Otro hecho destacable de este “guerrero” es que, pese a no cuidarse nada, a su falta de preparación física, a su dilatada carrera (¡tres décadas!) y a la dureza de sus rivales, nunca estuvo lesionado y esto lo digo, no porque lo sepa a ciencia cierta, sino simplemente viendo la secuencia temporal de sus combates. A Robinson no le gustaba nada entrenar, y por eso aparecía por el gimnasio en contadas ocasiones, según sus propias declaraciones y la de sus preparadores. Su “entrenamiento” consistía en hacer una pelea (o más al mes), pero visitas por el gimnasio y, mucho menos, carreras por el monte, muy pocas. De las manos de Robinson García el dinero salía con muchísima más velocidad de la que entraba y eso le obligaba a pelear casi “a diario” sin importarle ni el peso, (desde “plumas” a “medios”), ni el tamaño, ni la categoría del rival, ni siquiera el resultado de los combates. Pese a su tremenda categoría y a sus cualidades innatas fue un “jornalero” del ring. Tampoco le importaba el lugar, ni el día que se disputase la pelea, lo cual era aprovechado por los promotores para ofrecerle combates cuyo objetivo era promocionar a figuras boxísticas emergentes. Robinson sabía que, para poder “sobrevivir”, tenían que seguir contratándole, y para que le siguieran contratando tenía que “ofrecer espectáculo” y, con su tremenda clase, lo ofrecía.
Y así, un boxeador que tenía una clase y un talento innato para haber sido campeón del mundo durante varios años, entró en una espiral de “autodestrucción voluntaria” e irreversible.

Robinson García fue el mejor amigo y el peor enemigo de sí mismo, y eso lo hizo siendo consciente de ello y extralimitándolo hasta las últimas consecuencias. Fue una “victima” de sí mismo y un tipo que, hasta donde pudo, se lo pasó de «puta madre”. En contra de lo que suele ser habitual, parece ser que su familia no era pobre. Su padre era oficial del ejército cubano y tenía un nivel de vida relativamente aceptable, dentro de los estándares de lo que era (y es) Cuba. En resumen: púgiles que se hayan cuidado poco y cuya vida haya acabado dramáticamente hay muchos, pero, Robinson García, el gran «journeyman», es la figura más representativa de la golfería, de la «vida al límite», sexo, drogas, tabaco, alcohol, prostitución, de la bohemia, y de las “luces” y “sombras” del, boxeo «químicamente puro» (o, más bien, impuro, según se mire).

Robinson García, ¡un tipo duro! es uno de los símbolos más destacados del lado más salvaje, bohemio, romántico y sórdido de la historia del boxeo.  Y esa errante “epopeya boxística”, y de ahí, la gran diferencia con los demás, fue capaz de mantenerla durante ¡veintitrés años!
Su desenfrenado “ritmo vital”, y sus duras peleas, nadie lo hubiese aguantado más de diez años (¡como mucho!). Robinson se retiró a los cuarenta y un años, y murió veintidós años más tarde. Esos últimos veintidós años, arruinado, enfermo del hígado y riñones, con problemas de visión, viviendo de “homeless” en París, tuvieron que ser todavía muchísimo más difíciles que los anteriores, pero, según sus propias palabras (declaraciones al periódico deportivo Dicen en 1972), tenía un lema en la vida:

«Vivir el presente sin acordarse para nada ni del pasado ni del futuro», al “viejo guerrero” (“old warrior”), nadie le puede negar que fue consecuente con ello. Fue reconocido por un viejo aficionado en uno de los pasillos del metro de París, en unas condiciones lamentables. Este aficionado hizo las gestiones oportunas para ponerse en contacto con Jean Paul Belmondo, que, junto con Alain Delon, fue promotor de boxeo de algunas de las veladas en París, en las que participó el protagonista de esta historia en su época más dorada. Como dato complementario diré que Alain Delon y Jean Paul Belmondo (con los que Robinson tuvo una cierta amistad) también promovieron la velada en la que se disputó el campeonato del mundo del peso medio entre el campeón Carlos Monzón y el aspirante, José “Mantequilla” Nápoles, en esa fecha, campeón del mundo del peso wélter. Uno de los “combates del siglo”. Parece ser que Jean Paul Belmondo se puso en contacto con la Embajada de Cuba en París para organizar el traslado del boxeador a Cuba, su tierra natal, donde murió pocos días después, en concreto el uno de junio del año dos mil.
Y una reflexión final: Robinson García contabiliza ¡doscientas treinta y nueve peleas! como profesional, registradas oficialmente (y algunas más sin registrar), pero realmente disputó un combate más, en el que se enfrentó “consigo mismo”, (y que, al final, perdió). Esa fue su pelea más dura, cruel y despiadada.

Y aquí acaba la historia de este tremendo púgil, del que se podrían contar muchas más cosas, pero lamentablemente, existe muy poca documentación sobre él. En cualquier caso, ¡hasta siempre, viejo guerrero! ¡Segundos fuera!