Manuel Valero
@Manu_Valero
Hoy hace justo cuarenta años, el 30 de octubre de 1974, George Foreman y Muhammad Ali se encerraron frente a frente en un ring en el Estadio 20 de mayo de Kinshasa (Zaire, actual República Democrática del Congo). Tras una larga espera, un joven promotor con los pelos de punta, el irreverente Don King, se dio a conocer consiguiendo convencer a ambos boxeadores para enfrentarse a cambio de una bolsa de cinco millones de dólares garantizados por cabeza. King no tenía dicha cantidad, pero el dictador africano Mobutu Sese Seko le proporcionó el dinero para “situar a Zaire en el mapa”, con el evento llamado “Rumble in the jungle” (Rugido en la jungla).
Foreman, siete años más joven que Ali, era el claro favorito para esta pelea, presentándose con una marca perfecta de 40 victorias, 36 de ellas antes del límite y un oro olímpico. El texano venía de demoler a Joe Frazier (KOT en el 2º), José Román (KO en el 1º) y Ken Norton (KOT en el 2º) en sus tres peleas anteriores.
Ali por su parte buscaba recuperar las coronas de los pesos pesados tras haberle sido retirada la licencia por negarse a ir a la Guerra de Vietnam y perder frente a Joe Frazier en 1971. En 1973 llegó su segunda derrota como profesional, ante Ken Norton, al que vencería por decisión dividida meses después. Antes de enfrentarse con Foreman, “The Greatest” derrotó a su némesis, Joe Frazier, por decisión unánime en el Madison Square Garden, aunque en esta ocasión sin títulos mundiales en juego.
La gran expectación generada ante la pelea aumentó gracias a todas las fanfarronadas con las que incitó Ali a su rival a pesar de tener las apuestas 5 a 1 en contra. El convencimiento de Ali sobre su victoria no inquietó a Foreman, sabedor de su tremenda pegada.
Tras la gira promocional, Ali y Foreman aterrizaron en el continente africano, ganándose pronto el primero a todos los nativos, con los que compartió parte de su tiempo y pronto lo apoyaron con el sonoro “Ali, bomaye” (Ali, mátalo). Foreman no se fiaba ni un pelo de nada, preguntándose porque apoyaban más a Ali que a él, si él “era más negro”. Parte de culpa la tuvo que aterrizase junto a su inseparable pastor alemán, perro que usaron los belgas durante la colonización del país.
El combate se iba acercando mientras los boxeadores entrenaban cerca de Kinshasa, prosiguiendo con todos sus discursos el excampeón mundial. La pelea estaba programada para el 25 de septiembre, antes de la época de lluvias torrenciales. Durante los días previos, cantantes como James Brown o Celia Cruz realizaron diversas actuaciones. Sin embargo, una lesión en el ojo derecho de Foreman en un sparring obligó a aplazarla al 30 de octubre, produciéndose un tiempo de incertidumbre. Ali siguió realizando su entrenamiento junto a hombres del nivel de Larry Holmes, que años más tardes le ganaría. “Seguro que Foreman pega duro, pero no puedes pegar a lo que no ves”, así de seguro se mostraba el boxeador de Louisville.
Antes de la pelea, el ambiente se caldeó en Zaire, ordenando el dictador Mobutu diversas encarcelaciones (incluso debajo del propio estadio) y se produjeron muertes para garantizar la seguridad. El propio dictador no acudió al Estadio del 20 de mayo por miedo, quedándose en su casa para seguirlo a de un circuito cerrado de televisión. Los más de 70.000 asistentes que se dieron cita en Kinshasa, más los millones de telespectadores a lo largo de todo el mundo (la pelea se llevó a cabo a las 4 de la mañana horario local para el prime time televisivo) esperaban que Muhammad Ali saliese a bailar, como había reiterado previamente. Tal es así, que como narra magistralmente Norman Mailer en el libro “El Combate”, el miedo era palpable en el vestuario de Ali, salvo en él, que se repetía a si mismo que iba a bailar para convencer a su equipo encabezado por Angelo Dundee. “El mundo está sorprendido por la dimisión del presidente Nixon, pero esperen a que pateé a Foreman” declaró Ali.
Llegó la hora. Noche cerrada en Kinsasha, mientras el resto del mundo esperaba el choque de dos estilos, de dos oros olímpicos, de dos titanes. Ali había prometido bailar, como lo había hecho antaño, aquel pesado con las piernas de un medio. Esa parecía la única manera de escapar de las acometidas de Foreman. Y como ya había hecho anteriormente, Muhammad Ali sorprendió a propios y extraños desde los primeros compases, usando la estrategia conocida como “Rope a dope”. El retador encajaba todo el castigo que lanzaba Foreman, con golpes un tanto desordenados pero potentes, mientras Ali permanecía en las cuerdas. Todo un suicidio, no para “El más Grande”, que permanecía inmune.
Ali dejó que Foreman se desgastase con el paso de los asaltos por todo el trabajo ofensivo que llevaba, mientras le conectaba certeras contras con la derecha. En el quinto asalto, con un Foreman visiblemente cansado, Ali comenzó a soltar también su izquierda, pasando poco a poco al ataque. En el séptimo asalto, tras llegar Foreman a Ali, éste le dijo: “¿esto es todo lo que tienes, George?”.
Y llegó el definitivo octavo asalto, con todo el público enfervorizado al ver como Ali tomaba el control de la pelea ante un desarbolado George Foreman. Cuando apenas restaban unos segundos para concluir el asalto, llegó el momento de Ali: tras una serie de manos, una derecha puso a George Foreman en la lona. El árbitro Zach Clayton no dejó continuar a George Foreman cuando contó nueve, logrando Muhammad Ali otra hazaña histórica, comparable a la conseguida con Sonny Liston una década antes como Cassius Clay. Coronarse campeón de los pesos pesados (en esta ocasión del WBC y la WBA) ante un rival visto como imbatible hasta el momento.
El boxeador de Kentucky brindó la victoria a todos “sus hermanos” africanos. Ni las tormentas que se desataron tras la pelea frenaron la euforia en las calles de Zaire. La pelea llenó las portadas de todos los medios del mundo, con la imagen de Ali recuperando el reinado de los mundial ante el público africano. La idea de una revancha quedó pronto a un lado, pues George Foreman entró en una tremenda depresión, regresando más de un año después frente a Ron Lyle para vencer en una de las mejores peleas en la historia del peso pesado. Ali por su parte estiró su carrera, dejando para el recuerdo otra memorable pelea ante Joe Frazier, el “Thriller in Manila”, para cerrar la legendaria trilogía con el difunto boxeador de Filadelfia.
En 1996 se estrenó el magnífico documental de Leon Gast, “Cuando Éramos Reyes”, que ganó el Óscar a Mejor Documental, con los fantásticos testimonios de Norman Mailer. En la actualidad, Ali y Foreman mantienen una buena relación de amistad. Cuarenta años después todavía sigue muy presente este gran combate que nos brindaron Muhammad Ali y George Foreman en Kinsasha. ¿Nos darán los promotores actuales el lujo de vivir peleas semejantes en la actualidad como el ansiado Manny Pacquiao-Floyd Mayweather Jr.?