Bivol-Beterbiev

Foto: Matchroom

Acostumbrados hasta el hartazgo a escuchar al perdedor por puntos de cada combate pronunciar la palabra «robo», el desenlace del combate entre Artur Beterbiev (21-0, 20 KO) y Dmitry Bivol (23-1, 12 KO) rompió el guion esperado. Lo que no se salió de lo pronosticado fue lo ocurrido sobre el cuadrilátero. Dos de los mejores del mundo frente a frente, midiendo al milímetro sus dotes en busca de encontrar los puntos débiles del rival.

El primer asalto puso sobre la mesa las cartas de cada uno, con un Bivol consciente de que necesitaba ser regular a lo largo de los tres minutos para contrarrestar la potencia de Beterbiev. Así lo hizo el kirguís en la primera parte del combate, un dominio que empezó a verse cuestionado a partir del cuarto asalto con el esperado paso adelante de Beterbiev que puso presión y duros golpes. El respeto entre ambos, combinado con la exigencia de tener enfrente al mejor oponente posible, hizo que los cerebros jugasen un papel fundamental. A la estela de su jab, el ruso afincado en Canadá quiso que el cuadrilátero se le quedase pequeño a las ágiles piernas de Bivol. Por la cabeza del de Kirguistán probablemente se pasó en algún momento un recuerdo de su victorioso duelo ante Saúl «Canelo» Álvarez. Beterbiev no movía la cintura como el mexicano, y solo apuntaba al rostro con su mano adelantada. La guardia alta era el lugar más seguro para Bivol, que leía con anticipación las intenciones del ruso.

Sin recibir castigo al cuerpo, Bivol conservó su velocidad, pero Beterbiev entendió que con unos cuantos golpes al final de cada asalto podían nivelar las cartulinas. Las manos de Beterbiev no amedrentaron a Bivol, que en el séptimo redujo el ring. Ese acto de valentía le sirvió al kirguís para comprobar la potencia desmedida del ruso mientras sonaba la campana, que comenzó a hacer mella en el físico de Bivol. Cada púgil disponía de un camino trazado para la victoria en el octavo round. Como si el frío de Khasavyurt y Montreal se combinase en un solo cuerpo, Beterbiev boxeaba como si el reloj no avanzase, como si las cartulinas no existiesen. Una sensación adquirida al haber despachado a todos sus rivales antes del límite.

Beterbiev fue demoliendo a Bivol que terminó algo dañado, pero demostrando una gran resistencia. Antes del undécimo, el pinchadiscos lanzó un mensaje por la megafonía al ritmo de Boney M. «Ra-ra Rasputin; Russia’s greatest love machine; It was a shame how he carried on». En el rincón de Beterbiev estaban desesperados como el consejero de los Romanov en la Navidad de 1916, y mandaron a su boxeador al frente de batalla.

La amnesia respecto al golpeo al cuerpo de Beterbiev desapareció en el penúltimo asalto. A los 39 años, y tras pasar por el quirófano hace cinco meses, solo los elegidos son capaces de sacar su mejor potencial en los rounds de campeonato. En terreno desconocido para él, Beterbiev también recuerda el poder de sus golpes curvos en el último round. Aunque descuidase su defensa, su mejor protección era el respeto de su oponente a sus puños. Bivol y Beterbiev daban la sensación de poder completar otros cuantos asaltos más, embargados por la adrenalina.

Finalizados los doce asaltos, en los altavoces retumba la música de Rocky IV. No, en el Kingdom Arena de Riyadh no iba a ganar a ningún boxeador estadounidense. Michael Buffer tomó el micrófono: «Manuel Oliver Palomo, 114-114, Glen Feldman 115-113, Pawel Kardyni 116-112…Para el nuevo campeón unificado por decisión mayoritaria: ¡Artur Beterbiev!».

Sobre el cuadrilátero se inició otro espectáculo: el de los representantes del WBC, la WBA, la WBO y la IBF compitiendo por aparecer en la foto. Un acompañante de Beterbiev le gritó al campeón proclamas en árabe, que desataron las teorías de la conspiración en las redes en Estados Unidos, un país que se sentía ajeno a la fiesta. Beterbiev reconocía que no fue  su mejor combate, y Bivol, con el ojo izquierdo marcado, se limitó a felicitar a su oponente desde el máximo respeto.

Bivol hizo méritos para, al menos, anotarse un empate. La segunda parte es inevitable. Bendito regalo. Si Beterbiev sale desde el inicio como en los últimos asaltos, hasta el concierto de una hora que precedió a la pelea resultará perdonable. Porque Turki Alalshikh se encargó de recordar quien pagaba este homenaje al aficionado, al sonar solo el himno de Arabia Saudí en los prolegómenos.

El combate fue igualado desde luego, y tras las cartulinas de 116-112, 115-113 y 114-114 para Beterbiev, con una primera puntuación ciertamente exagerada, Bivol felicitó a su rival y los aficionados quedaron contentos con el combate, unos con el resultado, otros no, pero todos no harían ascos a una pelea de revancha.