Antonio Salgado Pérez
ansalpe38@hotmail.con
Montevideo. 8 agosto de 1969. Goyo Peralta hace match nulo con Óscar «Ringo” Bonavena.
En el espacio “Todo”, de Televisión Española, los aficionados pugilísticos se vieron gratamente sorprendidos por la difusión de un combate espectacular: Óscar “Ringo” Bonavena, campeón de Argentina de los pesos pesados, y su paisano, Goyo Peralta, campeón de los semipesados.
Es la tercera ocasión que los canales televisivos nos ofrecen la estampa de Bonavena, un muchacho con aspecto de Tarzán, de descuidada pelambrera, abultados músculos, ancha sonrisa… y con pies planos, que le vimos vapulear al alemán Karl Mildenberger -rodó seis veces por la lona- para más tarde ser superado por la ciencia de Jimmy Ellis, el antiguo sparring de Cassius Clay, en combates programados para encontrar un hombre que ocupase la vacante del “musulmán negro”, negado a vestir el uniforme militar para lanzar tiros en el Vietnam…
Pero no era nuestra intención ocuparnos de este Ringo que irrumpió con fuerza incontenible por cuadriláteros norteamericanos, que cosechó 17 KO en sus primeros 18 combates; que comenzó a enseñar la lengua a sus rivales, levantar en vilo a los árbitros y asegurar que de un solo puñetazo podría derribar a un elefante, resultando un actor consumado, un propagandista insuperable de su propia personalidad, alumno aventajado del insuperable Cassius Clay; pupilo que, al decírsele si albergaba temores ante su posible encuentro con Urtain, contestó: “¡Yo me pego con ése hasta en el mismísimo Museo del Prado!”
Ocuparnos, sí , de Goyo Peralta, que para muchos aficionados ha constituido un hallazgo sorprendente. ¿Pero de dónde salió este hombre que maneja su izquierda como perfecto estilete; que su precisión en la media distancia es de antología y que nos demostró en las cuerdas una flexibilidad en piernas y estómago increíbles? ¿De dónde surgió este pugilista que no solamente tuteó al peligroso Ringo sino que desnudó, como nadie lo había hecho, las lagunas técnicas de aquel Tarzán de deambular cansino, ahora perplejo, anonadado, frenado ante aquellos impecables directos de su oponente, de aspecto frágil, más con figura de bailaor de flamenco que de peso semipesado, de músculos flácidos y tronco con apariencia de tabla de planchar?
Era, amables lectores, Goyo Peralta, un boxeador con los mismos combates y la misma edad de nuestro paisano, el tinerfeño Juan Albornoz Hernández “Sombrita”: 87 combates y 35 años. Un pugilista que no solo había disputado títulos nacionales y sudamericanos sino que en una ocasión se presentó como aspirante el título universal de los pesos semipesados, trono que no pudo alcanzar porque el norteamericano Willie Pastrano le cortó las ilusiones en el sexto round, hace ahora cuatro años, en Nueva Orleans.
Pero Goyo Peralta nos brindó un claro ejemplo ante Bonavena, que le había derrotado dos años atrás en Buenos Aires. Peralta sabía de la juventud de su antagonista-27 años-; de la potencia de sus puños; de su rosario de victorias antes del límite; de su indomable coraje y de su constante iniciativa en la lucha. Y también sabía de su escasa técnica, de su torpeza sobre el ring. Y a sus 35 años se entrenó a conciencia, como jamás lo había hecho, para demostrar que una técnica cultivada puede neutralizar cualquier alternativa. Y brindó diez rounds plenos de efectividad, de reflejos, de ciencia pugilística, cimentada, claro está, por una preparación seria, sincera y responsable.