Redacción Espabox

No hicieron falta asaltos de estudio. Dmitry Bivol (24-1, 12 KO) y Artur Beterbiev (21-1, 20 KO) se radiografiaron mutuamente en octubre en el primer duelo entre ambos. Como había prometido, Beterbiev fue mucho más agresivo desde el primer asalto. Bivol se tomó en serio los comentarios del campeón unificado del peso semipesado. El ruso se encaminó al ring con paso ligero. Su rostro afilado denotaba la seguridad en una exigente preparación.

El canadiense retó a Bivol a un duelo de jabs. El paso hacia delante de Beterbiev contrastaba con el fluido desplazamiento del aspirante. Las piernas servían de cepo para que la mano adelantada intentase generar un hueco que no se producía. La velocidad era frenética, a la par que las decisiones se ejecutaban con la inteligencia de Anatoli Karpov.

Para romper el equilibrio, Dmitry Bivol se transformó en un peso wélter. Que esa rapidez extraordinaria no podía durar doce asaltos fue el pensamiento en la esquina de Artur Beterbiev. Y no se equivocaron. Al final del tercer asalto, un cruce de golpes provocó una sonrisa  a Turki Alalshikh. Su mayor potencia de golpeo aumentó la confianza de Beterbiev. La pelea cambió. Repentinamente Bivol regresó al semipesado. Sin las piernas de un bailarín, el ruso temió comprobar que era cierta la etiqueta de apisonadora que acompaña a su rival desde hace años.

En esa dinámica de camino al ecuador de la pelea, la victoria de Artur Beterbiev  ganaba enteros. Pero al canadiense se le olvidó bajar la marcha con la que intentó contrarrestar el fulgurante inicio de su rival. Sus pulmones lo hicieron por él. Superado un momento crítico, Bivol sabía que no podía fallar después de las puntuaciones de los jueces en la primera pelea. La concentración para no cometer errores del ruso era contrarrestada astutamente por los finales explosivos de asalto de Beterbiev.

Cuando las punteras de Bivol se despegaban de la lona, los golpes de Beterbiev se volvían más previsibles. En los cruces de manos, los nudillos del campeón no impactaban de lleno, por lo que la velocidad se impuso a la potencia.

A las puertas del inicio del décimo asalto la incertidumbre era total. La voz (grabada) de Rihanna rompió el silencio con «Run this town»: «Casi allí, no te rindas ahora / La única cosa que está en mi mente / Es quién va a dirigir esta ciudad esta noche / ¿Quién va a dirigir esta ciudad esta noche?». Los tres asaltos no iban a decidir quién mandaría en Riad esta noche, sino en el peso semipesado en todo el mundo. Una que vas más allá de su categoría, elevada a todos los pesos e incluso a la historia. El esfuerzo de dos hombres curtidos en el frío del Este estaba en juego en nueve minutos, distancia de sobra conocida para ellos, que evocaba a su cada vez más lejana juventud en el campo amateur.

Bivol hizo caso a Rihanna y no se rindió. Mantuvo su agilidad de pies y manos, pero Beterbiev no dio muestras de venirse abajo para desesperación de Eddie Hearn. Sentado en la banqueta, Beterbiev escuchó que debía ser inteligente en el último asalto. Para un killer como el canadiense, la inteligencia pasa por la pegada, y así se lo hizo saber a Bivol en el minuto final.

Los rostros no engañaban. Los doce asaltos volvieron a ser de alta escuela. Michael Buffer provocó escalofríos al adelantar un 114-114, seguido de un 116-112 y un 115-113. Decisión mayoritaria, al igual que en octubre del año pasado. Pero el ganador era otro. Dmitry Bivol se llevó una merecida victoria cuya celebración fue la liberación propia de vengarse de una derrota que él consideró injusta. La efusividad desmedida de Eddie Hearn no opacó al protagonista, que admitió haber subido al ring infiltrado. Después de 24 asaltos ante Beterbiev, Bivol quiere disfrutar de unas vacaciones. Con deportividad, Beterbiev aceptó la derrota. ¿Trilogía? Turki Alalshikh dirá.