Antonio Salgado Pérez
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Nunca ha sido de nuestro agrado que, sobre el cuadrilátero, un púgil, deseándolo o no, intente demostrar su poderío, su superioridad, bajando su guante y ofreciéndole el rostro, en plan provocativo, al rival o, como en esta ocasión que nos ocupa, colgando su izquierda, como una estalactita, en casi todas las etapas del combate, donde mostrar la recomendada guardia parecía un insulto.

Y esto nos ofreció, y constituye una apreciación muy personal, el madrileño Carlos Esteban Aragón en su reciente enfrentamiento, en Adeje (Tenerife), con el local Adasat Rodríguez Rojas, en pos del título de España de los pesos semipesados que poseía, y sigue ostentando, el tinerfeño.
Las cámaras de Marca, con los comentarios de Emilio Marquiegui y Jaime Ugarte, un tándem que pregona sapiencia y mesura desde el espacio Espabox, nos acaba de dar la oportunidad de presenciar las evoluciones y escenas de una contienda que, de entrada, mostraba la diferencia de estatura del campeón (1,78) y el aspirante oficial (1,92). Esta desproporción beneficiaba, en teoría y lógicamente, en envergadura, al madrileño que, en posesión de tal arma, la empleó, en efecto, pero con cierta e inesperada apatía. Carlos Esteban, siendo aspirante, no interpretó, en su justa medida, tal papel, porque nunca llevó la iniciativa. Siempre creyó que con aquel florete de izquierda tenía suficiente. Pero su derecha, agazapada y timorata, apenas la proyectó para rubricar sus esporádicas series, gestadas desde el centro del ring, el eje de los privilegiados, y no lució como se esperaba. En este combate, dirigido con firmeza por Manuel Oliver, sobresalió el juego limpio de ambos contendientes que, igualmente, dejaron patente sus extraordinarias preparaciones físicas, acentuada en el púgil tinerfeño, donde evidenció más persuasión que tino y más corazón que estudio. Pero en Adasat Rodríguez hay que premiar, por ejemplo, su tesón, su entrega y su inquebrantable moral. Siempre persiguió a su adversario; siempre quiso franquear aquella difícil muralla que le opuso Carlos Esteban, sin un estilo definido en su línea de combate, producto de la rutina de su quehacer y a la comodidad que, desde el inicio de la lid, intentó abrazar con la engañosa pretensión de obtener un título con el escaso bagaje de una balbuceante izquierda y una derecha adormilada.

Obviamente, existió una clara nivelación de fuerzas. La escasa técnica, con penuria de precisión y ambición, la protagonizó el madrileño; y el tinerfeño interpretó la decisión, la bravura y la intrepidez. Por todo lo expuesto, el triunfo de Adasat podría ser, en parte, aceptable. Pero en la unanimidad de los tres jueces, existió una cartulina que por su excesiva generosidad merece una urgente y necesaria reflexión.