Antonio Salgado Pérez
(Del libro en preparación, hitos del boxeo en las Islas Canarias)
Foto: Estatua de bronce reproduciendo a un boxeador griego, que se encuentra en el museo Delle Terme, en Roma.
Son muchos los que suponen que el boxeo es una actividad humana de más o menos reciente data. Si se hiciese una encuesta sobre la base de la pregunta: ¿Cuántos años de antigüedad le atribuye usted al pugilismo?, una proporción considerable de personas ofrecería cifras muy variables. Tal desconocimiento sería en cierto modo disculpable, pues para la mayoría de los que escribimos sobre este deporte, parecería que el boxeo no existía antes del advenimiento del norteamericano John L. Sullivan, el último campeón mundial de los pesos pesados, sin guantes, que reinó entre 1892 y 1889. Otros, por ejemplo, recordarían vagamente los combates a puño limpio que se hicieron célebres en Inglaterra – el primer campeón fue James Figg, que se distinguió entre 1719 y 1730- durante los siglos XVIII y XIX y responderían: “El boxeo tiene una antigüedad de casi tres siglos, aproximadamente.
En realidad, con esta disciplina deportiva, ocurre poco más o menos lo mismo que en otras ramas más trascendentales de la actividad del hombre: es tan enorme el vacío de mil años producido por el oscurantismo y la ignorancia medievales, que todo lo hecho anteriormente es tenido por inexistente y consignado únicamente en estudios de museo.
Sin embargo, eruditos en la materia aseguran que hace aproximadamente ¡treinta siglos! el pugilato era un deporte popular en la antigua Grecia. No deseamos fatigar la atención del lector con una prolija enumeración de datos que tendrían un muy relativo interés, pero nos permitiremos recordar que Homero, el más ilustre de los poetas griegos, nos ofrece en “La Ilíada” (libro vigésimo tercero), la descripción de un combate entre Epeo y Euríalo, disputado durante los juegos celebrados con motivo de los funerales de Patroclo, y que aquí reproducimos según la traducción de Gómez Hermosilla, sin duda la más perfecta de las efectuadas en idioma español:
Néstor calló; y el hijo de Peleo después que el grande elogio hubo escuchado que de sí mismo hiciera el rey de Pilos, el circo atravesó, y al que venciese del duro pugilato en el combate una mula ofreció, que con el tiempo sería del trabajo sufridora, pero entonces cerril, y que no fácil dejaría domarse. Aún no cerrara pues seis años tenía; y por el circo primero paseándola, a un madero la mandó atar. Al que vencido fuese una brillante copa de dos asas dar ofreció; y en medio levantado de los aqueos, dijo a los Atridas y demás campeones de la Acaya:
-los dos más valerosos combatientes que, los puños alzados, con gran fuerza sepan herir, a disputar el premio se presenten; y aquel a quien Apolo en este duelo singular conceda la dudosa victoria, y los aqueos todos aclamen vencedor, la mula lleve luego a su nave. El que vencido fuere en la lid recibirá la copa.
Alzóse alegre corpulento atleta, y forzudo , y perito en el combate del pugilato, el hijo de Panopes, Epeo, y acercándose a la mula y en ella puesta la robusta mano, en voz alta gritó: Quien sólo aspire a llevarse la copa, se presente porque la mula sé que de los griegos, venciéndome en el duro pugilato ninguno llevará. Tengo la gloria de ser en estas luchas el primero.
¿No basta acaso que en las lides sea a mucho inferior? A nadie es dado sobresalir en todo. Mas ahora (yo se lo anuncio, y lo verá cumplido) al campeón que a combatirme venga rasgaré el cutis, desharé los huesos, y será menester que sus amigos reunidos estén, y del combate pronto le saquen cuando caiga en tierra por mí vencido.
Al escuchar sus voces todos enmudecieron, y ninguno al combate salía. Al fin el hijo de Mecisteo, Euríalo, a los Dioses en beldad parecido, a combatirle se presentó animoso, de su padre emulando la gloria; que otro tiempo en Tebas a los juegos por la muerte del infeliz Edipo celebrados
asistiera, y a todos los cadmeos venció en el pugilato. Al ver Diomedes que su amigo en la lid se presentaba para ayudarlo a desnudar alzóse;
y en tanto a pelear como valiente le animó con su voz, porque en la liza que vencedor saliese deseaba Y ya desnudo el joven, lo primero le puso el ceñidor, a las dos manos le acomodó después el guante duro hecho de piel de montaraz novillo.
Puesto ya el ceñidor, los dos rivales del circo en la mitad se presentaron; y en lo alto alzada la robusta diestra el combate empezaron, y sus fuertes brazos se confundieron, y a los golpes que se daban crujían las mejillas el horrísono ruido, y de su cuerpo todo corría en abundancia mucha el sudor hasta el suelo.
Furibundo golpe en la cara el valeroso Epeo dio a su rival, que con atentos ojos en derredor miraba, y la mejilla le quebrantó: ni el infeliz ya pudo tener en pie; y en fragoroso estruendo dio consigo en la arena. Como suele, por el soplo del céfiro agitada, encresparse el mar, y a las orillas, que verdes uvas cubre, azorado salta ligero el pez, pero las negras olas le cubren luego; tal entonces, herido el fuerte Euríalo, en el polvo dio terrible caída; mas Epeo, por las manos asiéndole, al instante de la tierra le alzó. Le rodearon sus amigos después, y por el medio del circo le llevaron; y arrastraba el mísero los pies, y de la boca sangre arrojaba turbia. Sobre el hombro la cabeza caída , y delirante, rodeándole todos, a su tienda le condujeron, recogiendo al paso la prometida reluciente copa.