Antonio Salgado
Teleboxeo-Crónicas de todos los tiempos
(Roma, 15 de octubre de 1965. Nino Benvenutti (a la derecha en la foto) vence por KO en el sexto asalto a Luis Folledo. Campeonato de Europa de los pesos medios)
A través de la pequeña pantalla nos hemos llevado una grata impresión. Habíamos vaticinado –y no era tarea difícil- el triunfo del italiano, en efecto. Pero lo que nunca llegamos a imaginar es que Folledo, el discutido Folledo, ese fabricante de publicidad, con piernas de Quijote y nariz de Cyrano de Bergerac, cosechase una derrota tan gallarda, tan valiente y tan disputada.
Porque hay que decirlo ante todo: Folledo fue un valiente entre las doce cuerdas; fue un héroe que empezó su lucha con las precauciones lógicas en un hombre que tiene enfrente a un rival espoleado por 18.000 apasionados “tifossis”. A Folledo le había puesto en su sitio el húngaro Lazslo Papp, en la primera oportunidad que tuvo el español para acceder al trono continental de los pesos medios.
Pero, insistimos, se comportó como un pugilista integral ante el extraordinario Nino. No es vergonzoso ser vencido; lo es abandonar la lucha. Y el madrileño jamás retrocedió un paso ante la depurada técnica de aquel joven de 27 años que lanzaba con maestría su izquierda en forma de “picotazos”, arma que le iba dando la puntuación suficiente para obtener la clara victoria por puntos. Su derecha- “destra assesina”, que le llaman los italianos- sólo la había lanzado en la media distancia, con proyección cruzada, sin que hasta el sexto asalto encontrase el resquicio adecuado en su antagonista. Nino Benvenutti, el nuevo campeón, confirmó, una vez más, sus fabulosas condiciones. Es un pugilista, paradójicamente, estilista y fajador. Es un atleta que entusiasma por su boxeo afiligranado en la distancia larga y atemoriza en la corta, donde nunca deja de golpear hasta oír el “break” arbitral.
Folledo, repetimos, jamás boxeó en plan defensivo permitiéndose el lujo de imponerse en el quinto round, donde pudimos apreciar a un Benvenutti escaso de fondo, donde se abrían grandes esperanza para el compatriota que ya decidido al desenfrenado ataque, había descongelado su agarrotamiento inicial y se había lanzado a una peligrosa ofensiva, auténtica arma de dos filos ante un “puncheur” nato como el transalpino. ¿Aquella actitud pasiva del italiano; aquel desfondamiento, aquel freno en su golpear fue auténtico o era el cebo que había puesto éste para su hábil anzuelo? Nunca sabremos su fue táctica preconcebida o simplemente situación verídica. El derechazo proyectado por Benvenutti en la primera mitad del sexto asalto fue antológico. Aquel impacto hubiese noqueado al encajador más catalogado del planeta pugilístico. Y Folledo debe dar gracias de haber recibido el mismo cerca de las cuerdas, que sirvieron de almohadilla en su caída, que hicieron el feliz papel de sostén para su estrepitosa caída, que hubiese sido de graves consecuencias de haber chocado su cabeza en la lona.
Y si felices para él fueron estas circunstancias más feliz fue la enérgica intervención del árbitro inglés, Ike Powell, que inmediatamente dio por terminada aquella desigual contienda, cuando Folledo, con los ojos vidriosos, la cabeza colgante y las piernas flojas, iba en busca de impactos no deseados.
Folledo, que antes del combate se había mostrado bastante imprudente en sus declaraciones; que cultivó más el orgullo que la humildad, había caído con todos los honores, ya que protagonizó sobre el ring una auténtica lección de valentía y pundonor profesional. Folledo seguirá mostrando su arrogancia fuera del cuadrilátero, pero nadie le podrá censurar un ápice de pusilanimidad.