Darío Pérez
@Ringsider2020

El Michelob Ultra Arena de Las Vegas acogió la pasada madrugada una gala de Matchroom Boxing, cuyo combate más importante era el título mundial WBC entre el campeón Devin Haney (26-0, 15 KO) y el veterano Jorge Linares (47-6, 29 KO), en su enésimo combate por título mundial. Haney hizo unos mejores asaltos iniciales, rápido y ágil sacando el jab adelantado y el croché con la mano fuerte, en una puesta en escena que ya mostró prometedores cruces de cuero en el centro del ensogado. Parecía el veterano de los dos el norteamericano, agarrando, utilizando el antebrazo y marcando territorio de todos los modos posibles ante Linares, que, sin hacer mal combate, no lanzaba todos los golpes de poder exigidos en un combate de campeonato mundial ni variaba las trayectorias de los mismos. Previsible, como decimos, el aspirante recibía instrucciones de su hermano Carlos en la esquina para cambiar el plan (o su ejecución), mientras que Haney llegaba más cómodo a la mitad del envite y se mostraba más agresivo y ambicioso que de costumbre.

La cantidad de manos recibidas en ambas direcciones empezaba a mezclarse con la fatiga entrando en los llamados asaltos de campeonato, lo que también provocó preciosas escenas en la corta distancia en las que cualquiera de los dos deportistas podía irse a dormir. Linares llegaba muy por debajo en las cartulinas al último cuarto del combate, además de visiblemente más cansado y castigado que el campeón; tenía que jugársela. Y sí, aceleró sus acciones y a veces pudo llegar bien al estadounidense, como una combinación que el poseedor del cinturón se tragó al acabar el décimo asalto, y que, de haber ocurrido un minuto antes, habría podido decantar el combate.

Conocedor del daño producido, Linares se lanzó a por Haney en el undécimo round, con Haney bailando un lento constante permitido por un árbitro de poca toma de decisiones. Tampoco el hispano tuvo más físico para ir a tumba abierta, como debía, con la pelea perdida para constatar si Haney estaba sufriendo, por lo que se consumieron los doce rounds convenidos. Los jueces no dudaron en mantener a Haney como campeón, con puntuaciones de 116-112, 116-112 y 115-113, demasiado ajustada esta última para lo visto sobre el ring.

El combate de semifondo presentó el título mundial femenino WBC superligero, entre la campeona británica Chantelle Cameron (14-0, 8 KO) y la retadora puertorriqueña Melissa Hernández (23-8-3, 7 KO). Cameron salió a por todas, a lo campeona, golpeando certeramente a la aspirante, que no encontró su ritmo y, con más de 40 años, podría pensar en la retirada. Se notó demasiado la frescura de piernas de Cameron, más joven y con mayor actividad reciente, además de su mayor tamaño y envergadura, notablemente mayor que la de la centroamericana. En el cuarto asalto, cayó contra las cuerdas Hernández, siendo contada por el árbitro; lo peor no era ya la acumulación de castigo, sino la expresión de su rostro de pura impotencia. Sin un golpe tremendo en contra, el árbitro paró las acciones en el quinto round, decretando inferioridad manifiesta de Hernández, con algún abucheo del público y protestas del equipo de la derrotada. Quizá precipitadamente actuó el tercer hombre, pero era evidente que Cameron estaba siendo muy superior, dañando a una rival que mostraba ya torpeza de piernas.

En otra esperada pelea previa, los púgiles de Golden Boy Promotions Jason Quigley (19-1, 14 KO) y Shane Mosley Jr (17-4, 10 KO) tenían una gran prueba a diez asaltos en el peso medio. Quigley mostraba un cardenal en el ojo derecho, posiblemente de las últimas sesiones de sparring, algo que a muchos otros boxeadores les habría supuesto renunciar al combate. Mosley entró un poco mejor al combate, y se fue afianzando con una guardia astuta combinada con jabs en diversas trayectorias, usando de manera efectiva la mano adelantada. Fue más bien una pugna de descifrar al rival para meter más manos y así ganar los asaltos, no se vislumbraba una gran cadencia ni combinaciones seguidas, sobre todo cuando empezó a adueñarse de Mosley cierto cansancio o regulación de esfuerzos. Ya en la segunda mitad, seguía la pelea con una tónica parecida, dando la ligerísima sensación de que el hijo de Sugar tenía un poco más de boxeo en la mayoría de los asaltos por la sobriedad del irlandés, pero guardándose un puntito de fuerzas para los momentos venideros. Con bastante incertidumbre respecto al ganador, llegábamos al último episodio de los diez pactados, cansadísimos ambos contendientes antes de escuchar a los jueces. Estos ofrecieron puntuaciones de 95-95 (la más cercana a nuestra visión), 97-93 y 96-94 a favor de Jason Quigley, por decisión mayoritaria.

Por su parte, el británico Martin Joseph Ward (24-2-2, 11 KO) y el sudafricano Azinga Fuzile (15-1, 9 KO) disputaron una eliminatoria para el mundial IBF superpluma que comenzó con cautela por parte de ambos. Pelea que comenzó muy táctica, diestro de guardia el británico y zurdo el sudafricano, hasta que vivimos en el cuarto asalto una caída de Ward por un croché de la mano adelantada de Fuzile, sin daño físico pero con la lesión moral de sufrir un 8-10 en el asalto. Eso aceleró las acciones, viviendo una pelea in crescendo con un quinto episodio de más acción y un Fuzile con más confianza con el paso de los minutos, frustrando a Ward constantemente. En el séptimo round, Fuzile volvió a derribar a Ward, bastante ensangrentado en torno a su ojo izquierdo y con dolor en una rodilla tras un encontronazo, y el europeo no pudo continuar la pelea; fue la enésima mano curva que le entró a Ward en su guardia, que no aguantó la rapidez e imprevisibilidad de Fuzile, aspirante oficial al título que disputarán Rakhimov y Ogawa en el mes de julio.

En los combates previos, las promesas de Matchroom vencieron y convencieron en sus compromisos, destacando al peso wélter Reshat Mati (10-0, 7 KO) y el debut como profesional del antiguo miembro de la selección estadounidense, Khalil Coe (1-0, 1 KO), en la categoría semipesada.