Año de convulsión en el boxeo. El gran protagonista fue un filipino y no fue Pacquiao sino Nonito Donaire. Parece consumado el cambio generacional.
Tras siete años triunfales en los que se convirtió en la principal estrella del boxeo mundial, 2013 es el año del estrepitoso derrumbe de Manny Pacquiao. El carismático filipino comenzaba la temporada, una vez más, como el boxeador más atractivo, excitante y taquillero del pugilismo mundial. Llevaba quince victorias consecutivas y no perdía desde 2005. Sus dos derrotas en los dos combates disputados este año cambiaron radicalmente el panorama. La primera, injusta y polémica, ante Timothy Bradley. La segunda, demoledora y escalofriante, ante Juan Manuel Márquez en el combate más esperado de la temporada.
La esperanza de un apetitoso enfrentamiento entre Pacquiao y Mayweather, el combate con el que todo aficionado soñaba, queda así definitivamente difuminada. Se veía venir y ya lo advertimos. Estábamos matando la gallina de los huevos de oro. Ya no tiene sentido. Si algún día llegase a producirse, ya no será lo mismo.
Por su parte, el mejor boxeador del mundo libra por libra, Floyd Mayweather, pasó el año más ocupado con sus problemas con la justicia que con los menesteres del Noble Arte. Aún así, nos regaló una lección magistral de lo que es el boxeo en su único combate en 2012. Todo un recital ante un valiente Miguel Cotto. A día de hoy, no tiene rival.
La otra gran estrella del boxeo mundial, Sergio Martínez, demostró que a los 37 años se encuentra en un momento de madurez y maestría deportiva que le hacen sobresalir del resto. Tras ganar con claridad a Matthew Macklin, demostró ser mucho más boxeador que Julio César Chávez Jr. Le ganó todos los asaltos boxeando con solvencia y seguridad. Bueno, todos menos ese inolvidable duodécimo en el que más de uno estuvo a punto de sufrir un infarto. A pesar del susto, no le vino mal el episodio porque le da sentido a una jugosa revancha que de otra manera no hubiera tenido razón de ser. Y a la edad de Maravilla, lo que importa es la rentabilización económica de sus entorchados.
Pero el año también tuvo otros protagonistas. El virtuoso Andre Ward tan sólo disputó un combate, pero sigue siendo en términos de boxeo puro, un caso único de perfección y maestría. Saúl Álvarez sigue su trayectoria ascendente que le abre puertas a muy jugosos combates. También aderezaron el panorama, con sabor y ritmo, los cubanos Yoan Pablo Hernández, Yuriorkis Gamboa y Guillermo Rigondeaux. El programado enfrentamiento entre Rigondeaux y Donaire será seguramente lo más destacado del año que entra. Y otro que promete animar el cotarro es el estrafalario Adrien Broner
En el peso pesado, que siempre merece un capítulo especial, por desgracia más de lo mismo. Los hermanos Klitschko realizaron cinco defensas: dos Vitali y tres Wladimir. Cinco campeonatos que, en la línea de los últimos años, desde la retirada de Lennox Lewis para ser más exactos, fueron insignificantes, intrascendentes e insultantemente sencillos para los ucranianos que siguen ganando sin despeinarse. Sin competición no hay espectáculo. La esperanza negra sigue sin aparecer y no hay ningún retador digno de mención. Ni está ni se le espera.