Javier Royo
@javroyo
“Hace más de veinticinco años, un estado sureño adoptó un nuevo método para aplicar la pena de muerte. El gas venenoso sustituyó a la horca. En una primera fase colocaron un micrófono en el interior de la cámara mortuoria sellada, para que los observadores científicos pudieran escuchar las palabras del reo agonizante y valorar así la reacción de la víctima ante la novedad. El primer condenado fue un joven negro. Cuando la bolita cayó en el recipiente y empezó a salir gas, a través del micrófono llegaron las siguientes palabras “Sálvame Joe Louis, sálvame Joe Louis”
‘Por qué no podemos esperar’, Martin Luther King.
El racismo hacia los negros en Estados Unidos no acabó ni mucho menos con la derrota del ejército confederado en la Guerra Civil y la abolición de la esclavitud en todo el país. Las políticas denigratorias justificaban la discriminación de toda una raza utilizando para ello hasta argumentos científicos y su desarrollo legal impregnó los aspectos más cotidianos de la vida en Norteamérica mientras mantuvo su vigencia un siglo más. La barrera racial consolidada en el país tenía una fortaleza pétrea, pero poco a poco la muralla fue resquebrajándose, gracias sobre todo a la acción y al ejemplo de personas concretas. Una de las que más ayudó a desbrozar el camino, quizás la más determinante, para que décadas más tarde alcanzarán los negros cuotas de igualdad inimaginables entonces, fue un boxeador.
Joseph Louis Barrows nació en una humilde cabaña ubicada en una plantación de algodón en Lexington, Alabama, el 13 de mayo de 1914. Fue el séptimo hijo de un matrimonio con muy pocos recursos cuyos esfuerzos en el trabajo resultaron inútiles para salir de la miseria. La desesperación económica y la impotencia por verse incapaz de subsanar la situación afectó a su padre de tal manera que enloqueció, falleciendo poco tiempo después. Su madre, Lily Barrow, tras encontrar nuevo marido decidió marcharse junto a toda su familia a Detroit en busca de un futuro mejor. Allí, Louis trabajó en una planta de Ford y comenzó su formación como ebanista pero el gimnasio se cruzó en su vida de forma concluyente. Y es que Joseph Louis Barrows, más conocido como Joe Louis, actualmente está considerado uno de los tres mejores boxeadores de la historia, junto a ‘Sugar’ Ray Robinson y Muhammad Alí, según afirman todas las listas elaboradas al respecto por las más prestigiosas revistas y organismos pugilísticos.
Bajo el apelativo de ‘El bombardero de Detroit’ se coronó campeón de los pesos pesados ante Jim Braddock (‘Cinderella Man’) en 1937 y retuvo el título hasta que decidió retirarse por primera vez en 1948. Un espacio de tiempo capaz para que Joe Louis defendiera el cinturón 25 veces, 22 de ellas finiquitadas por KO. Una marca en los pesos pesados que no se había producido nunca y que nunca después volvería a repetirse. Solo perdió tres veces, dos de ellas cuando tuvo que volver a subir al ring por sus deudas con el fisco, estando lejos de sus mejores momentos después de llevar más de dos años retirado, cuando se enfrentó al campeón titular Ezzard Charles y contra un joven prometedor llamado Rocky Marciano.
Encima del cuadrilátero Joe Louis era un frío ejecutor con un estilo de boxeo en línea muy técnico que bajo ninguna circunstancia descomponía. Su rasgo más característico es que poseía unas manos muy rápidas que iban impresas de una atronadora potencia. Como muestra de la acerada pegada que guardaba en ambas manos, la media de duración de los combates disputados en sus 25 defensas no llegó a traspasar el umbral del sexto asalto, cuando las peleas por el título en esa época estaban programadas a 15.
Joe Louis significó para toda su raza mucho más que un boxeador fabuloso. El púgil de Detroit llegó a representar un redentor para las comunidades negras en Estados Unidos. Sus victorias contra boxeadores blancos eran interiorizadas como propias por los afroamericanos que veían resarcir de esta manera testimonial siglos de degradaciones y humillaciones. El sociólogo afroamericano Franklin Frazier escribió en 1940 que Louis permitía a los negros “perpetrar por delegación el ataque a los blancos que les gustaría llevar a la práctica, por toda la discriminación y todos los insultos que padecen”. La poetisa Maya Angelou recuerda que de niña era devota de “el único negro invencible, el que se erguía ante el blanco y lo derribaba con sus puños. Era él, en cierto sentido quien llevaba a cuestas muchas de nuestras esperanzas, puede incluso que de nuestros sueños de venganza”.
Racismo en la época
El nivel de racismo ordinario en Estados Unidos era tan alto cuando inició su carrera pugilística Joe Louis que en la prensa seguían refiriéndose a los negros en términos como ‘oscuritos’, ‘animales’ y ‘sambos’. En su primera derrota, sufrida ante el alemán Max Schmeling, cuando llevaba una carrera imparable y estaba considerado una de las mayores promesas del boxeo estadounidense, el periodista William Mc G.Keefe escribió que “era un alivio que Schmeling hubiera acabado con el ‘reinado de terror’ en la categoría de los pesos pesados”
“Me sentí fuertemente dominado por la impresión de hallarme ante un hombre malo” dijo de él cuando lo entrevistó Paul Gallico, uno de los cronistas deportivos más importantes de la época que era famoso por lo ilustrado de sus puntos de vista. “Un individuo verdaderamente salvaje, un ser que apenas llevaba encima una leve capa de civilización a punto de desprendérsele en cualquier momento… En pocas palabras me hallaba ante el primer luchador perfecto que surgía en muchas generaciones. Era como estar encerrado en una habitación junto a una fiera”.
La percepción que guardaban muchos americanos blancos de Joe Louis cambió de forma decisiva tras su segundo combate contra Max Schmeling, cuando el púgil negro ya era campeón de los pesos pesados. El envite, probablemente la pelea de boxeo más mediática de la historia, se promocionó tanto en la Alemania nazi como en Estados Unidos como la lucha entre dos sistemas: la democracia americana y un totalitarismo que proclamaba la superioridad de la raza aria. La pelea supuso que por primera vez en Estados Unidos los medios de comunicación y la inmensa mayoría de la población sin importar la raza apoyaran a un negro a pesar de que enfrente iba a tener a un blanco.
Joe Louis, consciente de tener un país detrás y de representar todo un sistema de valores, llegó al combate en el mejor estado de forma de toda su carrera y destruyó a Max Schmeling en el primer asalto. En palabras de Nat Fleischer, fundador de la revista The Ring, considerada la Biblia del boxeo, “nadie ni antes ni después hubiera podido ganar a Joe Louis esa noche”. Para sellar la alianza del nuevo héroe americano con su país el periodista Jimmy Cannon sentenció al finalizar la pelea que Joe Louis era “un honor para su raza, es decir para la raza humana”.
Problemas con Hacienda
Tras este combate Joe Louis se ganó el aprecio de la inmensa mayoría de la población. Una estima que se mantuvo viva durante el resto de su carrera, debido en gran medida a que su comportamiento público dentro y fuera del ring fue ejemplar, por lo que era totalmente inatacable. Pero la Fiscalía de Estados Unidos no tuvo piedad con el ídolo americano al exigirle pagar los impuestos acumulados de todas las peleas que disputó durante la II Guerra Mundial a pesar de que donó la bolsa integra de todos esos combates para ayudar a su país en la confrontación bélica. Una demanda que no tuvo más remedio que asumir y que le supuso la ruina económica.
“No lamento haber sido boxeador en esa época”, dijo en una entrevista en los años 60. “En mis tiempos conseguí cinco millones, acabé arruinado y debiendo al gobierno un millón en impuestos. Si peleara hoy ganaría diez millones, seguiría arruinado y le debería al gobierno dos millones en impuestos”.
A principios de los sesenta Louis era adicto a la cocaína, había tenido muy malas experiencias amorosas, padecía deterioro mental y continuaban sus problemas con el fisco. Para hacer frente a las deudas ingresó en el circuito de lucha libre estadounidense pero su carrera terminó cuando un luchador de ciento cuarenta kilos aterrizó en su pecho rompiéndole dos costillas y lesionándole el músculo que rodea el corazón.
Al final de su vida el promotor Ash Resnik le consiguió un trabajo de ‘saludador’ en el casino Caesar Palace de Las Vegas. Para cualquiera que tuviera memoria Louis tenía un medio para ganarse la vida pero era un hombre roto que nunca llego a comprender el impacto sociopolítico que su aportación provocó en los Estados Unidos.
Y es que Joe Louis es el principal responsable de que la sociedad norteamericana aceptara que los negros pudieran competir con los blancos en los deportes en un plano de igualdad. A pesar de toda la literatura que dibuja el boxeo como una actividad sombría, en la consecución de derechos sociales este deporte siempre estuvo en la vanguardia. Todos los demás han ido a rebufo de los cambios que el noble arte ha desencadenado en la sociedad. Sólo hay que recordar que hasta 1950 no jugó ningún negro en la NBA.
Cuando murió Joe Louis en 1981 a los 66 años lo tuvieron de cuerpo presente en el casino. Fue un día de luto nacional. Como dijo Muhammad Ali: “Los negros, los blancos más chulos de Mississippi, todo el mundo le quería. Se muere Howard Hugues con todos sus millones y ni una lágrima. Se muere Joe Louis y todo el mundo llorando”.