Christian Teruel
@Chris_Le_Gabach

El campeón mundial de los pesos pesados siempre ha sido un asunto capital en los Estados Unidos. Como siempre suele destacar el maestro Jorge Lera, los boxeadores con tal estatus tenían tanta o más importancia que el mismísimo presidente. No es difícil encontrar numerosas referencias a los Dempsey, Louis, Ali o Foreman, en los que son tratados con más admiración y respeto que a las celebridades y jefes de estado del momento. Sin embargo, desde hace décadas, nadie disfruta de tal posición.

Desde el fin de la época de Tyson y Holyfield, con Lennox Lewis encumbrado y después del reino del terror de los Klitschko (por su gran pero soporífero poder) el país norteamericano no se siente realizado. Es habitual leer a afición, expertos y exboxeadores clamando al cielo por la llegada del luchador que hereda tal grandeza. No importa que tuvieran y tengan a los (auto) proclamados cara del boxeo como Mayweather, Gervonta o Crawford. Su sensación de vacío es irreparable hasta que no cuenten en su sala de trofeos particular que es su orgullo patriótico. Ni siquiera les valió cuando Roy Jones Jr. tuvo un efímero reinado.

El último en intentar abrir las puertas del prestigio fue Deontay Wilder. Con un bronce olímpico en Pekín 2008, diez defensas del mundial WBC y un porcentaje de KO espectaculares e históricos como credenciales, su pobre oposición y boxeo (con matices) no le valieron para adquirir la fama. Tampoco una gran historia de superación, haciendo declaraciones impertinentes o ser nombrado embajador de la paz por el Papa.

Los pesos pesados viven unos tiempos plateados a falta de un alquimista que los convierta en el dorado de antaño. Algo que intenta Su Excelencia Turki y que, a falta de culminarlo, si está atrayendo la atención de una categoría que no llegaba a cobre hasta hace unos años. Esto echa más sal a la herida del fan estadounidense, ya que todos los púgiles cortando el bacalao vienen de todos los rincones del planeta menos de su país. En estas nos encontramos con un talento estadounidense emergente que, a base de nocauts, buen boxeo con cambios de guardia y combinaciones tan creativas como efectivas y carisma, irrumpe en este prometedor panorama.

Jared Anderson es el típico “prospect” de Top Rank al que le llevan la carrera paso a paso, sin prisa, pero sin pausa. Elevando el nivel de oposición gradualmente para descubrir si el diamante que están puliendo sirve para su prestigiosa joyería o para un puesto de bisutería en mercado medieval. Junto con un Richard Torrez que cuenta con una plata olímpica en Tokio 2021 mucho swag pero peores condiciones, Anderson representaba la última esperanza del fan estadounidense de volver a tener a un campeón mundial del peso pesado. Y sí, digo “representaba” porque parece que el barco está naufragando antes de adentrarse en aguas profundas.

Por enésima vez, una promesa puede quedarse en eso por su comportamiento fuera del ring y actitud. Y es que Big Baby Anderson es de esos que hace honor a su apodo. Y no es porque se le salten las lágrimas explicándole en un entrenamiento a Roy Jones Jr. lo difícil de manejar la presión. O el decir que se quiere retirar pronto, sin importarle el legado más que la pasta. Es por su temerario comportamiento. El haber sido detenido más de una vez por conducir “perjudicado”, sobrepasando con creces el límite de velocidad, huyendo de la policía y con «pistolitas» que diría Torrente. El hecho de echar pestes de su promotora y plataforma de manera pública cuando estos se hacen eco de tales informaciones Todo esto provoca sensaciones de una falta de madurez necesaria para afrontar el destino que se le supone. Lo que en total lleva al aficionado y experto a rendirse ante la perspectiva de encontrarse ante el “Real Deal”.

Como en este deporte y negocio se han visto de todos los colores, tampoco es descartable un cambio de rumbo. Hay que recordar que Anderson tan solo tiene 24 años, insultantemente joven sobre todo tratándose de un peso pesado, división donde se suele tener una carrera longeva. Todavía tiene margen para encontrar el equilibrio entre cualidad-aptitud y mentalidad-actitud. Total, si al que están leyendo llegó a madurar para escribir estas líneas con sentido alguno, cualquiera puede, incluido Jared «Big Baby» Anderson.