Medios de comunicación que no cubren la actualidad pugilística han publicado velozmente el fallecimiento de Paul Bamba, con titulares en los que mezclan el dramatismo con «campeón del mundo», evidentemente para captar la atención mediante la muerte de un púgil.

El estadounidense de origen puertorriqueño falleció a los 35 años el pasado 27 de diciembre, y hasta el momento no se han revelado datos específicos del fatal desenlace.

Bamba ganó seis días antes en Nueva Jersey a Rogelio Medina en el sexto asalto. En juego estaba el título WBA Gold del peso crucero. Aunque Bamba estaba clasificado en duodécima posición en la clasificación de noviembre de la WBA, el organismo privado que dirige Gilberto Mendoza aprobó la disputa de este cinturón, carente de importancia, que los medios han confundido con un título mundial. Medina ni siquiera estaba clasificado por la WBA, y a sus 36 años, el mexicano salió de las grandes veladas hace tiempo.

En 2023, Bamba justificó su derrota ante Chris Ávila al asegurar que «peleó con una contusión y habiendo perdido 22 libras (9,970 kg) en tres días, lo que le provocó un ligero daño cerebral».

En 2024, el estadounidense realizó catorce combates. Unos compromisos que no se limitan al ring, sino que van unidos a los entrenamientos y la dieta. Bamba firmó recientemente con el artista Ne-Yo, después de boxear en Colombia, República Dominicana o México.

La ausencia de una federación internacional que centralice la información en un deporte en el que la salud está en juego puede haber costado demasiado caro.

La ventaja de ser un organismo privado permite que la WBA descargue su responsabilidad en la Comisión de Nueva Jersey. La WBA tiene establecido que los clasificados en sus listas mundiales deben presentar exámenes cerebrales vigentes. ¿Se examinaron los antecedentes de Bamba antes del combate?

En un peso donde los golpes son de la potencia del crucero, las comisiones deben frenar las ansías de gloria o dinero de deportistas dispuestos a arriesgar su vida por una bolsa más.