Gustavo Vidal
@Riego357
La historia ha registrado la conquista del título mundial del peso pesado por Schmeling, pero en este caso, hasta su refulgente carrera deportiva se opaca ante la grandeza desplegada en sus casi cien años de vida.
Sí, el alemán Schmeling fue un relevante peso pesado de los años 20 y 30 del pasado siglo. Venció a luchadores notables como Paulino Uzcudun, el rocoso Johnny Risko, Young Stribling o el ex campeón Mickey Walter.
Un capítulo aparte merecería (y merecerá) la gesta del 19 de junio de 1936 cuando noqueó a Joe Louis, una de las mayores sorpresas de la historia del boxeo y que, sin duda, convertiría en millonarios a quienes apostaron por el germano.
ARRIESGANDO SU VIDA POR SALVAR LA DE OTROS
Pero aquellas victorias empalidecen ante la grandeza humana de Max Schmeling.
Como es lógico, Adolf Hitler intentó capitalizar políticamente los éxitos del púgil. Sin duda, esto le habría reportado un considerable lucro y multitud de privilegios. Pero siempre se resistió a ingresar en el partido Nacional Socialista del dictador.
Y no solamente soportó los constantes requerimientos y presiones para engrosar las filas del partido y la maquinaria nazi, sino que la noche ignominiosa de los “cristales rotos” cobijó a dos jóvenes judíos, los hermanos Lewin, en su suite. Horas después, los ayudaría a huir de Alemania. Años más tarde, recibiría una emotiva condecoración de la Fundación Internacional Raoul Wallenberg por este gesto que, sin duda, pudo acarrearle el campo de concentración y posterior fusilamiento.
Pese a las coacciones de la propaganda nazi, y muy especialmente de Joseph Goebbels, Schemeling conservaría a su manager, el judío Joe Jacobs, a la par que usaba sus contactos para abortar deportaciones a campos de exterminio. No se sabe cuántas personas pudo salvar de la inanición, las balas o la cámara de gas. A buen seguro, Schmeling nunca llevó la cuenta. Pero no debió constituir una pequeña cifra.
Dado que el aparato nazi no se atrevía a secuestrar y matar a un deportista tan famoso y querido en Alemania… ¡cómo podría justificar aquello ante su propia ciudadanía!, urdieron una trama: destinar a Schmeling a un puesto bélico de alto riesgo de muerte. Por fortuna, las balas y las bombas respetaron al antiguo campeón.
UN CAMPEÓN EN EL RING Y EN LA VIDA
Concluida la contienda mundial, Max Schmeling se convirtió en un acaudalado directivo. Con el inolvidable bombardero, Joe Louis, selló una amistad profunda y duradera. No hubo acto u homenaje al gran campeón negro que no contara con la presencia—y no pocas veces patrocinio—del alemán.
Así, muchos años más tarde, Mike Tyson declararía:
«De todas las celebridades que me presentaron aquella noche ninguna me quitó más el aliento que Max Schmeling. Tenía ochenta y largos cuando lo conocí. Resultó fascinante hablar con él de boxeo. Hablamos de Dempsey y Mickey Walker. Me contó que Joe Louis no había sido sólo el mejor boxeador sino también la mejor persona.
Al enterarse de que Joe Louis estaba en la bancarrota, viajó de Alemania a Harlem en su búsqueda… ¿os podéis imaginar a un hombre blanco y mayor recorriendo todos los clubs de Harlem para dar con Joe Louis?
Cuando lo conocí, Schmeling era billonario, poseía todos los derechos de Pepsi en Alemania. Lo que de todos modos se antojaba más fascinante de él es que seguía amando el boxeo. Allá donde fuera siempre lo acompañaban las cintas con sus añejos combates.»
(Toda la verdad, p. 203. Mike Tyson, Duomo Ediciones. Barcelona, 2015)
En realidad, Max Schmeling constituyó uno de los soportes económicos más sólidos del legendario Joe Louis hasta el punto de socorrerle en múltiples ocasiones y, bello gesto, costear su funeral.
Rico, admirado y de bondad reconocida, Schmeling expiraría en Hamburgo un 2 de febrero de 2005 a la edad de 99 años, sin alcanzar el siglo, como anhelaba. Carente de hijos, la mayor parte de su colosal fortuna la legó a hogares de niños huérfanos.
Nada más conocerse el deceso, todo el mundo deportivo alemán dispensó su unánime reconocimiento. No solamente había destacado en el ring. No, Max Schmeling también venció en la vida. Triunfó en su profesión alcanzando una prosperidad envidiable y merecida, y triunfó en sus relaciones familiares y sociales.
No obstante, la mayor victoria, sin duda, fue su dignidad, su grandeza. “Quien salva una vida, salva el mundo entero”, reza el Talmud. Y Max Schmeling, el campeón del mundo de los pesos pesados no solo arriesgó su vida en el ring de la lona y las cuerdas, sino en el otro, en el de la vida. Y para salvar la de otros a la par que ayudaba a sus amigos necesitados. Nos quedan las añejas filmaciones de algunas de sus peleas donde podemos apreciar su boxeo técnico, elegante y poderoso. Pero, mucho más hermoso, nos queda su ejemplo.