Darío Pérez
@ringsider2020
Esta tarde de sábado hemos asistido en la localidad polaca de Breslavia (Wroclaw) a una velada con buenos cruces y capitaneada por el título mundial de tres de los cuatro organismos del peso pesado. Los copromotores K2 (equipo de Usyk) y Queensberry (por parte de Dubois) han demostrado una vez más que, en este circo, aunar fuerzas es el camino para que la calidad de las funciones se multiplique radicalmente si cada compañía aporta a sus mejores acróbatas del ring.
El campeón IBF-WBA-WBO ucraniano Oleksandr Usyk (21-0, 14 KO) exponía su condición de invicto, además de sus cinturones mundiales, ante el retador británico Daniel Dubois (19-2, 18 KO). Usyk llevó la cita con paciencia, dejando madurar a Dubois con una guardia primorosamente armada para parar las acometidas, menos de las esperadas, del inglés. Cada asalto se desarrollaba en una dinámica similar, con Usyk yendo de menos a más cual martillo pilón (dícese del detergente más boxísticamente cinematográfico de la historia patria) que hacía retroceder a su rival.
En el quinto round, un golpe excesivamente bajo, pues impactó ya en la zona del pantalón, claramente en plena coquilla del aspirante (como se aprecia en la imagen), hizo que el campeón tirase de experiencia para consumir sus cinco minutos reglamentarios, bien designados por el eficiente tercer hombre Luis Pabón. A partir de ahí, Usyk pareció reinterpretar el reto que tenía de mejor manera con un extra de agresividad y, con una excelsa actuación, fue in crescendo hasta derribar a Dubois en el octavo asalto de modo certero y, con otro recto diestro inmisericorde, hacer que el coloso de ébano pusiera rodilla en tierra en el noveno. A muchos nos recordó su imagen frente a Joyce, herido y postrado; sea como fuere, el encargado de juzgar la pelea en la tarima decretó el final, a causa de la superioridad de un Usyk que sigue demostrando que, con perdón para muchos, nada tiene que envidiar a Inoue o Crawford como el mejor boxeador de la actualidad. Ojalá Tyson Fury sea lo suficientemente valiente, lúcido o ponga cada lector el adjetivo que desee para poder subir al ring con el formidable ucraniano cuyos 36 años son un aviso para que todos le aplaudamos a rabiar mientras siga en esta forma.
En la pelea más monótona de la noche, el ucraniano Denys Berinchyk (18-0, 9 KO) batió al sueco Anthony Yigit (27-4-1, 10 KO), tras los doce asaltos pactados por un título intermedio WBO del peso ligero que le acerca al mundial. Fue un pleito muy medido por parte de ambos, con el excampeón continental en su estilo diésel al que nos tiene acostumbrados, siempre metiendo manos con una frecuencia media-alta sin forzar las acciones. Por otro lado, Yigit (ligeramente incomodado por un corte desde poco antes del ecuador del combate) no ofrecía su cien por cien, tal vez por no tener seguro aguantar doce rounds a ritmo elevado o bien porque las manos de Berinchyk eran más duras de lo que aparentaban. Los tres minutos finales sí fueron memorables, con el nórdico buscando quemar sus naves y el ucraniano aceptando un tiroteo que pudo acabar con cualquiera de los vaqueros comiendo arena, como si de OK Corral se tratase. Al final, el veterano ucraniano se impuso en esta reedición de viejos rencores olímpicos, siendo el beneficiario de unas puntuaciones que se leyeron 117-111, 115-113 y 116-112.
El inglés Hamzah Sheeraz (18-0, 14 KO) demolió al ucraniano Dmytro Mytrofanov (13-1-1, 6 KO) en dos asaltos, demostrando estar preparado para pruebas más exigentes pese a su juventud. Sheeraz dominó a placer gracias a su gran altura (y la escasa de su contrincante), envergadura y exquisita técnica, metiendo manos a Mytrofanov con una cadencia, o timing, que dirían los anglosajones, asombrosa. Tres caídas en el primer parcial hacían prever lo que ocurrió en el segundo: otra mano por dentro de la guardia que daba con el local en el suelo. El réferi, con buen criterio, decretó que no tenía sentido prolongar el monólogo… Sheeraz se lleva título Silver WBC del peso medio y la exigencia a Frank Warren de una pelea grande en tres o cuatro meses.
También en el peso medio y enfrentando a imbatidos, pero a ocho asaltos, Fiodor Czerkaszyn (22-1, 14 KO) cedió ante el congoleño Anauel Ngamissengue (13-0, 8 KO). El olímpico residente en Francia se impuso por su contundencia y lesividad, imponiendo su distancia corta preferida en el duelo. El punto álgido del mismo sucedió en el tercer asalto, con dos caídas de Czerkaszyn, la segunda espectacular tras dos ganchos. La tónica imperante fue de más manos del polaco por mayor contundencia del africano, siendo el árbitro muy permisivo con los agarres locales. Las cartulinas fueron favorables a Ngamissengue por decisión mayoritaria, con un razonable 76-74 y dos cuestionables, por extremos, 78-72 y 75-75.
El semifondo de la gala, aunque situado en esta crónica en último lugar dada su menor importancia deportiva, supuso el debut (literal, nunca se había subido oficialmente a un ring ni como amateur) de Aadam Hamed (1-0, 1 KO), hijo del legendario Naseem Hamed. Este se impuso al checo Vojtech Hrdy (1-3, 1 KO) en un esperpento de combate digno, sobre todo al situarse como pugna coestelar, de otro tipo de promociones que todo lector puede tener en mente. Poco duró la actividad de un Hamed cuyo torso triplicaba el tamaño de un adversario que parecía elegido al azar entre quienes, con menos pinta de poderío, se acercaban pro los aledaños del Stadion Wroclaw. Charlotada irrisoria para olvidar, pese al ilustre apellido del ganador, contra un adolescente cuyo entrenador no acertó ni a lanzar la toalla con acierto a los ojos del árbitro.
Buen sabor de boca, pese a la última reseña, nos deja esta velada, con sana envidia para el espectador español al ver que promotoras de elevadísimo prestigio internacional acuerdan cruzar a sus invictos boxeadores cuando, en nuestro país, muchas veces asistimos a veladas donde previamente se puede dejar la crónica escrita con absoluta certeza de no equivocarse…