Los veintidós Grand Slam ganados por Rafael Nadal coronan al balear como el mejor deportista español de la historia. Su característico esfuerzo por no dar una bola por perdida o su lucha por sobreponerse a las lesiones son igual o más comentados que sus triunfos. Desde las ondas de la Cadena COPE, Ángel García puso de moda su segundo apellido, Parera, que ya forma parte del acervo popular. El periodista cántabro es el admirador número uno del balear, y entre sus loas se incluye el apodo de «Stanley», inspirado en un excampeón mundial del peso medio. García no fue el primero en comparar a Rafa Nadal con Stanley Ketchel, ya que dicho honor corresponde al andaluz Alejandro Delmás, que lo hizo en las páginas de AS durante el US Open de 2008.

El origen es el pasaje más conocido de la biografía de Ketchel, cuando alguien exclamó en su funeral que si alguien comenzaba a contar, «El Asesino de Míchigan» se levantaría. La vida del púgil acabó prematuramente a los 24 años el 15 de octubre de 1910, cuando recibió un disparo por un malentendido amoroso. Igual que quedará la duda de cuántos títulos más podía haber mordido Nadal sin las lesiones, a buen seguro Ketchel se encontraría más arriba en las listas históricas de no haber fallecido en Missouri.

Hijo de inmigrantes polacos, Stanislaw Kiecal vino al mundo en 1886 en Grand Rapids, misma localidad en la que nació Floyd Mayweather ochenta y nueve años después. Desde sus inicios, Nadal tuvo que convivir con la sombra de un paisano que ocupó el primer puesto de la ATP durante dos semanas. Si a Ketchel, huérfano desde los catorce años, lo curtieron las calles de Míchigan, al tenista español le resultaba poco lo conseguido por Carlos Moyá por la exigencia de su tío Toni.

La arena de la Philippe Chatrier fue tomada por primera vez por Rafa Nadal dos días después de cumplir los 19 años, para imponer su inquebrantable dominio sobre la pista parisina. El peso medio fue el Roland Garros particular de Stanley Ketchel. El boxeador estadounidense arrollaba a sus oponentes por su poderío físico, de la misma forma que nadie podía doblegar al manacorí cuanto más largo era el rally.

Los triunfos no saciaron la sed de victoria de dos deportistas de potencia descontrolada. En una de las hazañas más arriesgadas de la historia del boxeo, Ketchel cedió una desventaja de más de quince kilogramos para retar al campeón mundial del peso pesado, Jack Johnson, que era considerado como imbatible para los boxeadores blancos, para desagravio de la sociedad estadounidense. En el duodécimo asalto, Ketchel logró lo imposible al poner sobre la lona al de Galveston, que se repuso para instantes después noquear al de Míchigan. Noventa y nueve años después, Rafa Nadal creyó que era posible doblegar al mismísimo Roger Federer sobre la hierba del All England Club. Tras cinco sets agónicos, Nadal levantó su primer Wimbledon al imponerse al helvético.

La crítica pidió a Ketchel que templara su voracidad sobre el cuadrilátero para poder vencer a Johnson en una hipotética revancha. Pero Ketchel, que por algo era apodado «El Asesino», no era él sin ir al combate a cara descubierta, de la misma forma que Nadal perseguía cualquier bola. Al español todavía no tienen que realizar la cuenta definitiva, pues el jueves volverá a saltar a la pista para colmar los deseos del promotor pugilístico de moda, el saudí Turki Alalshikh.