Sería injusto no mostrarnos conscientes y comprensivos con las dificultades derivadas de la pandemia que hemos vivido, un problema global desde el nivel sanitario al económico, pasando por el social, el humano y otros muchos, al que el boxeo no ha sido ajeno. Muchos promotores y púgiles modestos se han visto obligados casi a abandonar su actividad pugilística al no poder contar con apoyo de patrocinadores, siendo incapaces de realizar evento alguno sin ingresos de taquilla y, en el peor escenario posible, siendo restringida incluso toda actividad física en diferentes momentos.
Con este panorama (recordemos que no hubo nada de boxeo entre marzo y junio de 2020 y que, paulatinamente, la actividad volvió con cuentagotas), y un amplio porcentaje de púgiles inactivos durante muchísimos meses, incluso las grandes promotoras se encontraron con un problema que aún arrastran, tener decenas de deportistas que necesitaban pisar el cuadrilátero. Juntando todos estos factores, lo que hemos visto en los últimos meses en casi todos los eventos de boxeo internacionales son galas cada vez con mayor frecuencia, pero con una calidad de las mismas que está bastante lejana de las mejores veladas que vivimos en años anteriores. Raro es ver más de dos buenos combates en la misma cartelera, siendo casi todas ellas una sucesión de boxeadores jóvenes contra veteranos jornaleros y uno o dos combates de calidad o, al menos competitivos.
Pongamos el ejemplo de Matchroom, la promotora más activa en los últimos dos o tres años del boxeo mundial. Con veladas en Inglaterra cada semana o dos semanas y en otras partes del mundo (Estados Unidos, Italia y España regularmente, pero ahora también en lugares como Nueva Zelanda o Tailandia), podemos tomar la mayoría de las organizadas recientemente como ejemplo de poca acumulación de talento en los choques preparados. Tanto la gala de Italia (Scardina-Núñez) como la de Nueva Zelanda (Parker-Fa) y algunas de las últimas celebradas en Inglaterra resultaron espectáculos globalmente muy pobres en el aspecto deportivo, con un altísimo porcentaje de duelos aburridos, desnivelados y poco atractivos para el espectador. Una sucesión de combates que, cuando el principal no ayuda, como en Parker-Fa o la también reciente Canelo-Yildirim, dejan insatisfecho hasta al más ávido devorador de boxeo.
No sabemos si, con la normalización de la situación epidemiológica, la vuelta del público a los espectáculos de boxeo y el dinero que ello supondrá y una reactivación de patrocinios, se tenderá a reducir el número de galas en beneficio de la riqueza deportiva de las mismas. O, lo que sería ideal, mantener la cantidad y recuperar un mayor nivel de calidad. Cómo se echan de menos esas noches boxísticas con tres títulos mundiales y un par de combates de gran nivel. Por ejemplo, el 29 de febrero del año pasado, justo antes del confinamiento global, vimos en Texas a Jessie Vargas-Mikey García, Khalid Yafai-Chocolatito González y Julio César Martínez-Jay Harris, con títulos mundiales en juego, además de Joseph Parker e Israil Madrimov con buenos rivales en el respaldo, aparte de las consabidas promesas de Matchroom en combates contra jornaleros. Incomparable con cualquiera de las últimas de la compañía.
Esperamos ansiosamente que las grandes promotoras puedan ofrecernos lo antes posible buenas veladas con cinco o seis combates de altísimo nivel. En una palabra, normalidad.