Darío Pérez
@ringsider2020

Paciencia, templanza, fortaleza, serenidad, perseverancia… Perdonen, pónganse el «Omaha» de Counting Crows de fondo, bajito, para leer esta crónica como homenaje al lugar natal de Terence Crawford. Por algo lo llevaba serigrafiado en sus pantalones; seguimos, o comenzamos.

El conglomerado de promotoras americanas PBC nos ha ofrecido esta madrugada una gala que ha coronado, con permiso de los fans de Naoya Inoue, al mejor boxeador del mundo en el T-Mobile de Las Vegas (Estados Unidos).

En esperadísimo duelo, los campeones mundiales del peso wélter Errol Spence Jr. (28-1, 22 KO) y Terence Crawford (40-0, 31 KO) lograron al fin compartir tarima para delicia de los aficionados y mostraron que el segundo es un púgil legendario, por si alguien no lo pensaba hasta hoy. Crawford se ha erigido como el primer peleador masculino en unificar totalmente dos divisiones, el superligero y el wélter, aunque eso es casi lo de menos tras lo mostrado hoy sobre el ring.

El de Omaha (sigan escuchando la canción) no ha dado opción alguna a Spence, dominando desde el primer tañido de campana con un espectacular sentido de la distancia, siempre teniendo el dominio de las acciones y mostrándose más que superior al neoyorquino. Ha sido una exhibición sin precedentes, aunque podrían ser todos los pleitos anteriores de Crawford grandes preliminares para deleitar, lo visto en Las Vegas. Caía ya el triple campeón en el segundo capítulo en lo que supuso el principio del fin, una lenta agonía donde Spence siempre estuvo a remolque de Crawford, implacable a la contra. Un cirujano del ring, un acróbata que calcula cada centímetro con calculadora científica, eso es Bud, que se imponía asalto tras asalto hasta derribar dos veces, la última con vehemencia suficiente para terminar con la noche, a su rival. Pobre Errol, tan solo como Tom Courtenay corriendo en la película de Tony Richardson, viviendo esa masacre que se cebaba sobre él sin poder remediar nada de lo que recibía por parte de un contrario tan superior.

Se dilató un poco más el envite, nos hizo disfrutar un ratito extra el árbitro y la, tal vez, demasiado permisiva esquina de Spence hasta el bombardeo que terminó todo en el noveno. Todo acabó, por suerte para el vencido, igualmente irreprochable en esfuerzo y encaje. Crawford es el rey del boxeo actual, veremos el hambre que tiene de hacer historia a sus 35 años y con una cláusula de revancha pendiente que Spence, si es masoquista, podría utilizar. En todo caso, no es una quimera que pueda llegar a unificar incluso el peso superwélter.

En los combates preliminares, aparte del sinsabor de Sergio García, Isaac Cruz (24-3-1, 17 KO) se impuso al estadounidense Giovanni Cabrera (21-1, 7 KO) en eliminatoria mundial WBA-WBC del peso ligero, a la espera de lo que ocurra con el campeón Devin Haney. Fue una pelea donde los doce asaltos pactados fueron testigo de un combativo Cruz, con limitados recursos técnicos, y un defensivo Cabrera, invicto en su trayectoria previa, pero con un nivel distante de la élite. El Pitbull luchó durante los doce asaltos por imponerse con golpes curvos por doquier, tratando de apabullar al rival. Su éxito residió en el avasallamiento más que en la habilidad, algo tampoco demasiado complicado cuando el adversario trae tan poca ofensiva. También tuvo que gestionar la paciencia por los continuos agarres de Cabrera, viéndose obligado (eufemísticamente) a utilizar la cabeza en algunas ocasiones, hecho donde curiosamente sí que intervino el réferi para quitarle un punto en el octavo parcia. Las puntuaciones de 114-113, 113-114 y 115-112 hablan mal de los jueces, ya que se impuso holgadamente Isaac Cruz bajo nuestro punto de vista, y tampoco dicen mucho bueno de quienes propusieron este pleito como coestelar de tan magna función.

Se disputó asimismo el título mundial WBC del peso gallo, que se hallaba sin poseedor, entre la leyenda Nonito Donaire (42-8, 28 KO) y el azteca Alexandro Santiago (28-3-5, 14 KO). Empezó mejor el filipino, con rapidez impropia de sus 40 años, pero poco a poco se fue apagando y, pese a un cabezazo involuntario que le ensangrentó parte del rostro, Santiago fue imponiendo su cadencia de manos ante un Donaire de más a menos. El mexicano, sin grandes alardes ni un nivel extraordinario que hace recordar lo vacía que ha quedado la categoría gallo tras las vacantes creadas por el indiscutido Inoue, se fue afianzando en el ring dominando al Flash, que bastante hacía con darle cierta réplica. Santiago se impuso con puntuaciones de 115-113 y 116-112, con las que estamos de acuerdo, y es nuevo campeón del mundo. Fue un pleito razonablemente entretenido, pero que hace lamentar al espectador de boxeo que exista tanto campeón por categoría en lugar de, como sería sensato, un único ocupante de ese honor en cada peso.