Darío Pérez
@ringsider2020

El Ariake Arena de Tokio (Japón) ha sido testigo hoy martes, a mediodía de España, de una gala promovida por Ohashi Promotions y encabezada por el campeonato mundial supergallo unificado WBC-WBO.

El estadounidense de Philadelphia Stephen Fulton (21-1, 8 KO), que acudía a la capital nipona en calidad de mejor peso supergallo del mundo y poseedor de dos cinturones, rendía una bien remunerada visita al retador, el pegador local Naoya Inoue (25-0, 22 KO). Este, tras unificar toda la categoría gallo y haber sido también campeón del mundo minimosca y supermosca, debutaba en la categoría sin haber pasado por aclimatación alguna.

La producción televisiva fue, digamos, peculiar; unas cámaras mostraban un tono azulado, otras un cromatismo sepia y algunas más naturales, lo que provocaba una continuidad complicada en ocasiones, recordando a ese cine mudo que ya cumplió un siglo. Siempre es mejor que no poder verlo, claro, pensamos los sufridos aficionados españoles.

Se vio menos diferencia de tamaño de lo que muchos preveían, algo de entrada positivo para el local. Hubo respeto de inicio, sí, porque ambos sabían lo que tenían enfrente, pero ya al terminar el primer round se desataban las hostilidades (más de un lado que de otro, todo hay que decirlo). Inoue imponía su ritmo, una buena cadencia de golpes entre los que aparecía ya alguno serio, que no gustaban a Fulton. El jab era el que con más maestría mostraba el aspirante, impactando en un norteamericano que buscaba algún agarre, cierto juego con el pie que perturbase al japonés, pero poca acometividad ofensiva. Realmente no parecía al campeón que todos conocíamos, causando estupor la pasividad que nos hacía preguntar si no sería una táctica para vaciar el depósito de Inoue, por buscar alguna explicación a lo vivido.

Fulton tuvo su mejor episodio en el cuarto, con algún ataque acertado, pero sin la continuidad necesaria, casi siempre dominado por el infernal ritmo del ahora tetracampeón. Inoue aceleró sus acciones poco después, aunque nunca acababa de desatarse por los destellos de clase del de Philadelphia, que en algún cruce nos recordaba al que vimos, por ejemplo, ante Figueroa. Sin embargo, eran dentelladas que no atenuaban el dominio del insular, ejecutando su plan con mayor variedad de ángulos, distancias y puntos de impacto. Ya finalizaba la primera mitad del duelo con él muy cuesta arriba para Fulton, que padecía un ciclón en contra que siempre pisaba el centro del ring, dominante y agresor.

Un aviso del estadounidense en el séptimo round, un croché de derecha para rematar una de sus pocas series, parecía dar esperanzas a quienes querían ver competitividad y alternancia en el ensogado tokiota, pero fue un espejismo del ensangrentado Fulton. Así, en el octavo asalto, Inoue dio el paso definitivo y le lanzó todo su cuero de manera contundente a Fulton, obligándole a poner rodilla en lona sin contemplaciones. Fue un picoteo en forma de recto izquierdo al estómago, que desvió la atención del agredido, para asestarle un croché ligeramente ascendente (imagen) con la mano diestra. Resistió la cuenta de un buen Héctor Afú, pero no pudo con la siguiente, la enésima, ráfaga del nuevo monarca en la esquina, teniendo que decretar el panameño el fuera de combate coincidiendo con la segunda caída del ya, en ese momento, excampeón.

Inouepelable, un día más. La duda de qué pasaría en el peso supergallo, de qué sucedería midiéndose a un grandioso Fulton, de qué ocurriría ante el rival más inexpugnable de su carrera duró veinte minutos. Ya nadie puede preguntarse si el «Monstruo Inoue» es de los mejores boxeadores del mundo, un top libra por libra, que diría un anglosajón. Solo Marlon Tapales, poseedor de los otros cintos, le separa de la hazaña de barrer dos divisiones consecutivamente. Ojalá, esa sí, podamos verla todos.